04 octubre 2019















La rapidez del segundero ensancha,
menguan los tiempos y se va observando
lo que ha quedado atrás en la memoria,
esa grieta por donde
un pequeño haz de luz palpa la noche.
En mi establo se inquietan los caballos,
me despertó tu lluvia, tengo frío.


20 abril 2016














Es tu mano y mi boca
con mi mano de labios
con mi lengua de dedos.

Tu mano con mi guante
de saliva, de besos,
mi viaje de regreso.

Es tu mano tu puerta
tu llave primigenia
tu diáfana respuesta.
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02 agosto 2011













10.-
Gran almacén, sección lencería. Para nuestro aniversario buscaba una prenda prodigiosa capaz de hacerme recobrar el deseo.
Vi a Laura y su turbación al advertir mi presencia, iba acompañada por su marido e hija. De repente la niña susurró al padre alguna urgencia y ambos se esfumaron.
Después de elegir una prenda íntima se dirigió al probador, fui tras ella y entré decidido. Juntos recobramos nuestro paraíso durante unos minutos, luego, sin palabras la vi alejarse, tan distante en la vida, tan ligada a mi piel.
Mi mujer nunca sabrá por qué esas braguitas azul celeste que le regalé me excitan tanto.


11.-
Al salir dio un monumental portazo haciendo caso omiso a los feroces gritos provenientes de interior de la casa. Ojos en las ventanas, lluvia hostigando, faros deslumbrando y una última y breve mirada orientada hacia los visillos blancos. Le esperaba la próxima estación, atrás tan sólo quedaba el cieno después de nueve años y dos hijos. Le acompañaban mentalmente tres sencillas letras: Fin.


12.-
Su decisión era una osadía pasando por encima del destino. Volvió a rasgarse el brazo con la cuchilla mientras el agua brotaba purificadora, férvida. Sus ojos estaban anhelando ya la clausura, el tocadiscos esculpía en el espacio el quinto movimiento de la segunda de Malher. Por vez primera en su vida escuchó el sonido de la luz, existía ese sonido, ahora sí, y sólo para él, el universo se fundió en un blanco infinito.
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15 julio 2011












7.-
Quien no sea capaz de matar, no siga leyendo. Quien no conozca de este continuo y maléfico eco aleteando en la mente, detenga su vista. Quien, con sus propios ojos, no identifique una escapatoria como la boca de una mina en el derrumbe, absténgase e ignore la hoja de este cuchillo que es una liberación. Y que piense en este carmesí intenso cubriendo mis manos tan sólo como un montoncito de delicados pétalos de rosa.


8.-
Él, sin ningún decoro, deslizaba la lava de su mirada por cada una de sus curvas mientras ella sentía crecer el poder del deseo y consideraba la posibilidad de abandonarse. El arrebato era irrefrenable y follar sin mediar palabra la excitaba. Su marido roncaba en el salón, la noche era clara, cálida. Alzó su falda brindándole el culo desnudo que era otra luna llena. Concentrados en su pasión sonó un chirrido al entreabrirse la puerta. El gato les provocó un orgasmo fulminante, inolvidable.


9.-
El aire que entraba por el pequeño orificio no lo mantendría consciente más que unos minutos, le costaba respirar con normalidad. Aún así debía mantener la calma, no tardaría en llegar la asistenta para librarlo de este encierro fortuito. Decidió ir contando los segundos, ella llegaba a las 9, que ya debían ser, y todo resuelto. Le sobresaltó el timbre, saltó el contestador. -Don Roberto, soy Chelo, le llamo para decirle que me retrasaré ¿dónde está?
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20 junio 2011












4.-
Viajaba en el metro y nada más verla recibí la penetrante daga de su mirada, súbitamente recobré una emoción para mí muy común en otros tiempos. Tras un par de minutos pensé: la atracción es irracional por eso aún se agita mi corazón ante una belleza. Y es posible ¿por qué no? podría estar sucediéndole algo similar a ella; resulta tan hermoso imaginar a mis sesenta años ser amado por una treintañera.
Sigue mirando insistentemente, se levanta y parece que se dirige a mí.
-Caballero, por favor siéntese en este asiento, yo soy joven…


 5.-
Se les olvidaba la voz cuando estaban juntos, temían perder el lenguaje hablado, que ya no consideraban necesario, pues si escapaba algo de sus labios eran suspiros, susurros que sólo ellos entendían. Era esto lo sublime de su amor, tras el turbio cristal de las palabras, creaban un nuevo idioma elevado a la potencia infinita, un ensayo a la busca del paraíso.


6.-
Mi piel sabe escuchar la tuya, ver limpiamente los poros de la tuya, te huele en el silencio, en la penumbra. Mi piel no sólo es tacto ni caricia o seda, es fusión de rocíos para nuestras nostalgias, y sobre todo es escalofrío, el perdón de todos los pecados de mi desorden.
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22 enero 2011












Sobre la razón para el gozo

Hay una vertiente temporal que nos arrastra sin remedio con un movimiento imposible de interrumpir, aunque sí disfrazar con ilusorias metas, o mitigar procurando conseguir ser y vivir en presente; así, tal vez, es factible lograr abandonar el vacío del futuro en algún lugar alejado del pensamiento. Ejercicio éste, que de conseguirlo, al menos nos salva de obsesiones trascendentales.

Epicuro creía en el placer como principal fuente de felicidad y no le quito razón en la creencia, si bien esa es una felicidad tan efímera como el vuelo de una piedra lanzada hacia el firmamento, aunque, bien mirado ¡qué importa esa fugacidad mientras nos complazca!

El accidente casual por el que estamos vivos, suma de circunstancias irrepetibles, es algo irrelevante en el conjunto universal, aún así la permanente impresión de ser centro de todo nunca nos abandona.

Pero no se hace la luz mientras vivimos y ni siquiera en el momento anterior a cuando desaparece la conciencia de ser, en ese instante precursor del “no existir”, tampoco la clarividencia nos florece. Esto debiera revelarnos el verdadero significado del concepto de “infinito” referido a nuestra ignorancia; la existencia es una suerte basada en un inmenso fraude que nos hacemos a nosotros mismos estando, además, en nuestra desgracia, incapacitados para salir de él.

Así, la felicidad, sólo posible alojada en el instante, tiene como amenaza permanente el temor a la perdida, y ese miedo indeliberado es el provocador de su propio auto-canibalismo, de su propia destrucción intrínseca.

Llegados a este punto, el deleite y sus múltiples variantes se manifiestan como importante razón para encontrar sentido a todo. El gozo como principio y fin, lo primario asumiendo la labor de fortaleza o coraza protectora contra el sinsentido. Si el placer parece elevarnos desde la insignificancia hasta la plenitud del abandono a nuestros sentidos, su ausencia nos arrincona de nuevo en nuestra insuficiencia particular, en nuestras sombrías carencias.

A veces a uno se le ocurre un subterfugio tan vano como bienhechor. Sabemos que no es fácil dejar de especular con el intento de encontrar un remedio a la terrible desazón de la vejez existencial; pero, quizá sería posible acomodarse en el espigón más cercano sin otro objetivo que el de mirar insistentemente al horizonte o al mar, y así olvidar la temporalidad e incluso las ideas, sean estas nihilistas, místicas, creacionistas o simplemente cínicas; porque desde ese espigón contemplativo pierde importancia la vorágine y se acrecienta el placer por la vaguedad, por el “nada hacer” hasta el fin.

La visión del tiempo que no espera, aventajando con su celeridad a la propia memoria y a la quebradiza voluntad, incapaz de mantener nada en el presente, es un proceso salvaje y sin doma posible capaz de someterlo. De hecho tan sólo existe una manera de cerrarle el paso: la muerte. Esa es el único medio para lograr salir de su camino interrumpiendo toda su influencia devastadora.

Sólo ese otro poderoso afán presente en el ser humano, la atracción por experimentar o aventurarse, consigue arrinconar la tentación de abandonarlo todo. La hipotética mano ingeniera parece que tuvo muy en cuenta este simple mecanismo de balanzas, posiblemente con el objetivo de mantener un equilibrio capaz de asegurar que el juego de la vida siga su curso.

01 mayo 2010
















De humanos y vegetales

Ayer me recibió mi ego con un:
¡Bienvenido de nuevo al club de los suspicaces, un lugar donde lo incuestionable se encuentra en el fondo del despeñadero de las dudas!
Y como no hay mayor emoción que la que provoca estar al borde del desastre, o paseando por las cercanías de un precipicio enredado en buscar un sentido al concepto de “la nada”, me dije:
¡Viva la concupiscencia de lo impuro y de lo desvirgado sin sufrimiento, en pura alegría!, y me quedé tan pancho.
Ya Ciorán, maestro en reflexionar sobre la amargura y el desasosiego, dejó escrito:
“La condición humana es una estafa, burlémosla haciéndonos vegetales “
Qué decir… descubro mi sombrero ante esa capacidad suya de bucear en un mar muerto con los ojos abiertos a la vida, aún anhelando transmutarse en hortaliza.
Y ahora, desembarcando con un adiós, me adentro nuevamente en mi jungla incierta, volviendo otra vez a rebuscar en la hojarasca.
Eso sí, con mi retina eternizando esa esencia de lo bello e inviolable que la fotografía del encabezamiento de este escrito tan bien refleja.

05 marzo 2010














La felicidad en un punto y seguido

Era una noche teñida por ese misterio en el que una mujer atractiva se mece sin poderlo evitar. Descubrí en su rostro el resto de una ternura añeja que parecía engendrada después de algún naufragio. Sobre el oleaje de su mirada, sedosamente, se fue restituyendo un paisaje perdido tras algún fracaso, la luna era ya un tenue destello en sus ojos.
Le dije: Mil poemas te escribiría si con ellos recuperaras la curva alegre de tu boca.
Y le hablé de la inconsistencia de la felicidad, siempre escapando como un preso en fuga irremediable, también del hambre de búsqueda que nunca aplaca, y de la luz cenital que constantemente nos alumbra aunque sea tan sólo para facilitarnos el siguiente paso.
Ella fue desanudándose como sólo se consigue si aflora el deseo, olvidando la turbiedad de sus desmembramientos anteriores, y a punto del desboque se hizo, se creó transparente, cálida, seductora, embriagante.
La soledad fenece en ese instante, la pisada reconoce su huella, la intención alcanza su final feliz, con la sencillez de lo inevitablemente, ávidamente animal. Mientras dura, el ensayo de esa unión inexpugnable logra redimirlo todo.
Y ahí, en ese lugar fuera de tiempo, pude palpar el origen de su arcano misterio femíneo, ahí donde el silencio compone su sinfonía incruentamente carnal; como si los labios fueran exploradores adentrándose en el enigma, en la raíz de la existencia, en su único sentido piramidal y hueco.
La nada es, repentinamente, lo importante, lo vital, lo único. Es suficiente cristalizarse en un beso para abrazar la nada y su impávido descanso, por eso el hombre sólo se eterniza en el momento, paradójicamente. Para la raza humana, lo eterno reside en algo tan fugitivo y transitorio como es la culminación de su deseo sexual.
Sin duda lo bello ciñe por la cintura a esa fugaz infinitud, el gesto en el amor, su amor concedido, se torna sabiamente hermoso, y ostentosamente crece, redondea su materia incorpórea. Una esencial presencia olvidada reaparece, toma el mando en este viaje impensado. Las manos vibran al son del abandono, canalizando la piel con surcos suaves, con leves y delgadas caricias temblorosas. Al fin, acompasados, redescubrimos una cumbre fogosa que ir escalando de la mano de una recíproca sonrisa epidérmica que nos atrapa en su horizonte aleante. Nuestras células también reconocen ese "ahora" imperioso, hacen su cometido con la voluntad de un fiel soldado. El cerebro, mientras tanto, relaja, sosiega cualquier actividad cercana a lo hostil.
Se consigue ser feliz en el abandono y dejando actuar con naturalidad el dominio liberador del instinto, en la recuperación de la rebeldía selvática y esencial.
Punto y seguido…

08 febrero 2010

















Tonos grises

Es un día yermo.
Al despertar un vacío preside la estepa de mi existencia y un lívido fantasma se presenta, de nuevo, en la luna del espejo; los pelos de la barba, tan a la suya, no distinguen los estados de ánimo, crecen indiferentes, incansables.
Escruto en los proyectos y parece que continúan nublados, la suma de inquietudes da resultado cero.
La alternativa, si la hay, se dibuja en el catre, que pareciera pedirme retornar a la huella dejada por mi silueta tras la noche durmiente.
Invadido por un cierto cansancio crónico me cubro con un ropaje cómodo, y sigo con la ya habitual mecánica de activar mis movimientos apresurando mis pasos en dirección al centro de la nada. Hoy tampoco parece querer acompañarme una nueva melodía, se ha confinado la música diurna en algún rincón oculto.
¡Qué poco emocionante se presume la mañana! No tendré maravilla ni asombro, tan sólo algunos papeles estacionados, pendientes y abandonados a su propia inercia. Es el regreso a la rutina corrosiva.
Este hundirse lentamente, como piedra lanzada contra el lodo producido por las últimas lluvias, sin encontrar motivo alguno para querer ni desear evitarlo, con el único caudal de este despertar grisáceo, reflejo del como soy: un ser simple enraizado y teñido en y por ese gris melancólico. Susceptible e incapaz, en estos días, de descubrir en la paleta más colores para mezclar que el negro y el blanco. No hay pincel prodigioso que capacite para poder pintar un arco iris con tan inflexibles colores.
Falto de adjetivos animosos, influido por estropajos de ideas, por dunas de estiércol poblando las playas íntimas, otrora bellas, y con la desesperanza de las tardes sombrías, suena este invierno como un violonchelo desafinado que va deslizando sus mudanzas desde la médula hasta unas piernas paralizadas por el desánimo.
Son esos grises verdugos de los poemas antes de concebirlos, plomo embarrado cargando de pesantez las idealizadas salinas blancas.
Conversando conmigo mismo, así, acompañado de un paisaje rebosante de quietud funesta, especulo y fantaseo con la fragilidad de esta espera, al acecho de lo imprevisible, desde la atalaya herrumbrosa de esta jornada desértica.
Por suerte, pienso, nadie acaba irreversiblemente en hoja muerta y silenciosa mientras exista el viento, pues así como no es capaz de escuchar nada la sorda piedra que desenterró el arado, ni laten o gritan los terrones pardos y sedientos tras su paso, el agua sigue fluyendo, corre y alcanza…
Tal vez sea mañana cuando, como en un campo de vistosos trigales, renazcan los bisiestos aromas, sestee la negrura en algún que otro verde y dormite la tristeza, de nuevo, en su apático lecho.
Si algo sé es que sólo el poder de un nuevo estimulo puede llevarnos hasta el regocijo, hasta el logro placentero del descubrimiento. La ilusión de poder recrearse es un exclusivo don tan individual como esperanzador.
Y ahí estoy, empapado voluntariamente por un imaginado chaparrón e intentando el esbozo de una tibia sonrisa deliberada.

26 octubre 2009

















En el otoño desenmascara el árbol


así como lo hacen nuestras alegrías


y de fronda nostalgia se nos puebla la tierra


tras la lluvia intensa de esta edad tardía.


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15 septiembre 2009














Esperando a la brisa

Dentro de algunos de nosotros perdura, con independencia de la edad, un eco insomne que nos hostiga persistentemente, y para intentar someterlo lanzamos un grito ahogado capaz de encabritar el agua tranquila que pudiera ser nuestra existencia.

El paso del tiempo nunca nos es indiferente, todo va emborronándose, se disipan espejismos capaces de llenar algunos vacíos. Lo cotidiano parece querer eludir el acontecimiento aventuresco, ese que en ocasiones se antoja tan posible como el revoloteo de un pensamiento y tan decisivo como dar un salto imperioso hacia lo desconocido: la salvaguarda transitoria para evitar caer en el precipicio de vivir entreviendo el final del paréntesis, o la innegable señal anunciándonos que se va avecinando el último párrafo de nuestra novela.
Ciertamente nada nuevo se descubre si somos incapaces de armarnos y volar con las alas que mantenemos ocultas en la voluntad y en la mirada.

La mano propia necesita del calor perceptible de otra mano aliada, tangible, leal, guía en nuestra ceguera torturante, el amparo del camarada, y así, en confianza, poder sentirnos capaces de atrevernos a cruzar la calle ilusionante de nuestras aún posibles fantasías. Precisamos de la caricia, del beso enardecido, del cuerpo celebrando el regocijo de armonizarse en otro. Hay una demanda interna necesitada de contacto, de piel convocando a piel, de lágrimas, risas, de la voz y sus matices vibrando en nuestros oídos…

Día a día constato que un blog nunca deja de tener una gran parte de muralla infranqueable, de muro sordo, y voy apreciando como tras esa barrera vais desapareciendo tal y como llegasteis. Uno a uno regresáis al lugar donde presumo estabais antes de formar parte de este inciso en mi vida, volvéis a vuestros velados señoríos, imaginados cientos de veces pero que lamentablemente jamás recorreré.

Me olvidareis lenta e irremisiblemente, yo os olvidaré a mi pesar, es la vida. Aún así no tengo duda: ha valido la pena cada minuto dedicado a conoceros, a pensaros, a fantasear con capítulos posibles de esta fábula con estéril final. Sé muy bien que este intento de vuelo es tan solo una dulce quimera.

Aunque, lo confieso, siempre perdurará e mí la marca indeleble de ese alguien que secretamente me enamoró, en el más bello ensueño imaginado. Pero tras el sueño, el despertar trae un regusto agridulce con la perdida de lo que parecía real, y el despertar también lleva consigo la aspereza de descubrir la verdad irremediable.

Estas tenues amistades o ingenuos amores consiguen deleitarnos la existencia durante segundos, minutos, horas. Son juegos preciosos y no deberíamos renunciar a su lúdica recompensa, eso sí, siempre teniendo en cuenta que se rigen por unas reglas vigentes tan sólo en este cosmos particular. Durante nuestra permanencia en él nos engañamos como si pudiéramos abandonar fácilmente su atrayente tela de araña. Es duro renunciar a un mundo sin distancias donde nos creemos seres más perfectos que en el real, donde solo el regreso a la vida rutinaria nos desengaña con su telón de materialidad.

Pero no me hagáis mucho caso, esto son tan sólo taciturnas reflexiones y posiblemente las arrastrará la brisa junto a cualquiera de las noches venideras.

24 julio 2009








Báilame la piel con tus labios rojos
rózame de noche con tu lengua esquiva
cálame con lluvia soñada en tus ojos
sálvame en tus brazos, voy a la deriva.


03 mayo 2009
















Callejón con salida
La posibilidad de abandonarlo todo gracias a nuestro poder de elección es en su mayor parte ilusoria; mutilado tenemos eso del libre albedrío.
No niego con ello el hecho de nuestra capacidad para decidir nuestro rumbo en cada encrucijada, en cada bifurcación o incluso en cada “porque sí”, sin más motivo que la voluntad de hacerlo. Ahí está el caso, como ejemplo, del sabio anacoreta que se retira a las montañas o del monje cenobita dispuesto a vivir alejado  del resto del mundo. Entrando en meditación íntima pueden transformar su yo interno y renovarse, sin duda, pero no dejarán de ser casos aislados, la inmensa mayoría de los seres humanos nos sentimos encadenados sin apenas perspectivas de evasión. El nido cómodo es una cárcel consentida sin apenas resquicio para airearnos.
 ¿Cuántas veces nos preguntamos: qué hago yo aquí? 
Y tal vez esa pregunta nos la planteamos sencillamente para seguir creyendo en que podemos interrogarnos por el placer inexplicable de no saber responder. La sempiterna limitación humana no nos permite atisbar ninguna respuesta próspera. Los dogmas no nos sirven ni amparan debido a su característica determinante, son pozos ciegos y nuestra cordura aunada con la razón los objeta. Además, siempre deberán surgir nuevas preguntas tras cada respuesta, tanto si ésta es aparentemente satisfactoria o inalcanzable,  pues la certeza incuestionable es pariente cercana de la muerte y coarta este existir cimentado en ir oxigenándose con la útil panacea del asombro.
Por otro lado, aspiramos a mitigar nuestra soledad buscando compañía e intentamos compartir nuestra vida sobre una base construida desde el entendimiento, desde la comunicación fructífera en las variadas vertientes que nos son comunes. El sexo es sólo una de ellas y la más próxima a lo irracional de todas. Acaso por eso podemos alcanzar cierta felicidad desde su trinchera, ya que no desde la ausente lucidez en la que nos sumerge; situación ésta que tan interesadamente enturbia nuestra razón mientras nos gobierna el fluir intempestivo de la pasión.
En algún momento de la evolución la naturaleza erró, no fue ecuánime en sus leyes o al menos así lo parece. El naturismo defrauda cuando nos iguala de forma ejemplarizante, la demencia lo prueba, la común infelicidad lo explica, y ya no sirve justificarnos con nuestro progresivo alejamiento  de esa madre omnipresente, pues ella sigue un camino y nosotros estamos perdidos en el intento de coincidir en otro cercano y convergente.
La religión, tan opuesta a la razón, ingenió y hace uso de la fe como un absurdo intento por creer en lo increíble, por ello no tan solo es un opio sino curiosamente también el paraíso mismo que tanto promete. No hay mayor gloria que creer, no hay mejor acomodo como el de tener al presente arropándonos como si fuera ese mismo presente nuestro destino, y más si ese destino nos promete repletar la ansiedad de lo eterno.
La duda entre el gozo (terrenal, cercano, factible, fugazmente real, ese que el ojo de nuestros sentidos nos muestra escandalosamente) y la artificiosa creencia en un designio superior o en un orden supremo capaz de salvaguardarnos de la desesperanza, debería inclinar la balanza ostensiblemente hacia el lado de la razón si no fuera por nuestra imperiosa necesidad de sostén y por los claros intereses de la clase poderosa y regente.
Pero no hay que olvidar, por obvio, la única evidencia capaz de alumbrarnos: No es la vida un corchete intachable y lacrado, más bien debemos entenderla como un callejón con salida, y así como entramos en él desde una plaza inmensa, el cosmos, con el salvoconducto y única deidad de nuestros átomos indestructibles, salimos a la muerte existiendo en ellos para la eternidad, sin conciencia de ser pero, sin duda, siendo…

14 marzo 2009













Poliedros

Usando un símil, se diría, que las parcelas de nuestros sentimientos hacia nuestros allegados son poliedros cúbicos encajados unos al lado de los otros y construyendo entre todos la también poliédrica figura de un exclusivo e íntimo mapa sentimental.

Un buen día lo descubres sorprendiéndote de no haberte dado cuenta mucho antes.

Es en el transcurrir de un viaje en coche, por ejemplo; durante esas horas que acompañan al paso escurridizo del asfalto bajo el vehículo. Tu mente no descansa nunca, vas rumiando cientos de añejas y nuevas ideas que se van enroscando y desenroscando, dando vueltas de noria en el cerebro.

Momentáneamente tanteas la posibilidad de parar y transcribirlas, escribiéndolas en una hoja de papel, pero eres totalmente consciente de que no serviría de nada, pues esos estados de gracia en tus pensamientos parecen disiparse automáticamente cuando intentas apresarlos.

Hasta incluso llegas a pensar, con una ocurrencia que se te antoja genial al instante, en comprar una de esas grabadoras diminutas capaces de poder plasmar, usando tu propia voz, algunas de esas extraordinarias ideas, y así, dejando una concisa pincelada explicativa, más tarde, en el sosiego de tu escritorio, poder volver a desarrollarlas en toda su amplitud.

Si así lo haces te darás cuenta cuan dificultoso es expresar con brevedad y concreción una de esas ideas serpentina, y posiblemente al tercer intento arrinconarás el artilugio grabador en la guantera del coche, olvidando totalmente su existencia al cabo de unas pocas semanas.

Pero hoy me sorprendió esta reflexión cerca de mi escritorio, por eso intentaré exponer en pocas palabras el tema del comienzo.

A veces imagino ese poliedro, compuesto por la suma de todos esos otros, cientos, con diferentes tamaños, incluso creo poder diferenciarlos por colores. Están ahí, vivos y transformando su tamaño incesantemente. Representan a cada una de las personas que han formado y forman parte de mi vida. Su volumen podríamos cuantificarlo como el valor, medido en proporción al afecto, que tengo por cada una de ellas en este lugar e instante.

Algunos tienen correlación, un cierto pálpito en común y no parece estar a mi alcance la capacidad de mudar conscientemente esa característica. También puedo distinguirlos como figuras estancas que no permiten fácilmente intentos de manipulación, ni por mí, ni tampoco por alguno de sus convecinos.

Y ahí es donde está la cuestión: Si tienen existencia propia en mí y yo tan sólo me encuentro capacitado para gozar de ellos respetando su espacio, parece lógico pensar que todo intento de variar esa ley fundamental me va desencadenar una sacudida de infelicidad.

La pirueta del acróbata es el resultado de la perseverancia en el entrenamiento, conseguir entender su mecánica es crucial para no dañarse uno mismo ni a ninguno de los inquilinos de esa estancia interna, así pues, debemos conseguir dominar el gran arte del trapecio (metafóricamente) para que cierto equilibrio reine en nuestra existencia. Todos tenemos algo de aquel trapecista solitario que Kafka nos mostró magistralmente en su famoso cuento, y desde la altura, siendo inmóviles espectadores contemplando el resto del cosmos sobre una pelada barra, nos descubrimos con pleno conocimiento de nuestros límites, a pesar de fútiles intentos por engañarnos con la posibilidad de un brinco hacia ese tentador vacío del caos.

13 febrero 2009















¡Cielos, mi marido!
Desde este lugar tan ajustado, bajo la cama, la perspectiva se me antojaba, al menos, novedosa, aunque un tanto apaisada y claustrofóbica.
Tras más de 20 años siendo amantes circunstanciales, una vez ya superada la primera fase pasional, era la primera vez en que uno de sus maridos nos sorprendía en plena faena.
Aclaro, pues no soy de dejar interrogantes en el aire, que ella, una esplendida hembra (dicha esta palabra con toda la intencionalidad) de generosas formas y confortantes senos, había disfrutado a lo largo de todo este tiempo con la sucesiva compañía de tres amantes esposos mientras yo continuaba con mi recalcitrante soltería. Lamentablemente dos de ellos ya pasaron a mejor vida o imprevista defunción.
No sospechen ustedes nada, pues los motivos, si bien no fueron en ambos casos por causas naturales si lo fueron fortuitos; ya les contaré.

Su celeridad e inigualable precisión para solventar la situación en este momento tan delicado, me hicieron pensar que todos los días se enfrentaba a episodios parecidos.
Sorprendentemente un cosquilleo recorría mi estomago, mezcla de amenazante desasosiego y absurda emoción. No creo exista, en tiempos de paz, nada que provoque una subida de adrenalina tal como el escuchar esas dos sobrecogedoras palabritas: “¡Mi marido!”. Y uno, en el papel de frágil amante, se torna en obediente, en sumiso peón esperando instrucciones. Mientras, la mudez aparece y te domina, hasta el significativo punto de poder escuchar fielmente tus propios latidos cardiacos.
Inmóvil, en absoluto silencio, con la dosis de inquietud superando lo tolerable y con la desazón de imaginar ser descubierto en tan comprometida situación, además de desnudo e inseguro, pude escuchar sus voces provenientes del salón, es más, aseguraría que ella le recriminó abiertamente diciéndole:

- ¡Pero qué horas son estas de venir!
Hecha un ovillo, a mi costado, tenía la ropa. Vestirme era cuestión urgente y primordial pues, sin duda, se recupera cierta dignidad una vez recompuesta la presencia y sin nada colgando demasiado a la vista. Con el mayor sigilo, como una salamandra oculta, con los sentidos hipersensibles fui enfundado mi cuerpo lentamente con calzón, camiseta, camisa, pantalón y joder…cuando llegué a los calcetines sólo había uno, ya estamos…a saber dónde…aún así me lo encajé en su pié sin compañero y finalmente me calcé los zapatos, regalo de mi prima Rosa en mi último cumpleaños, y digo yo, por qué me viene eso ahora a la cabeza.
Lo dicho, a base de movimientos malabares, de retorcimientos inusuales y de contorsiones varias, fui poniéndome una a una todas esas prendas aprovechando el reducido espacio, casi milimétrico, existente entre el colchón y la prominencia de mi nariz.

Nati era doblemente viuda. Su primer marido murió en un accidente, digamos eufemísticamente hablando, que por un sobrepeso de naturaleza musical abalanzándosele sin previo aviso, dicho de otro modo, se le cayó encima un piano de cola cuando ayudaba a unos amigos en una mudanza; nada original su muerte. Mala suerte, sin duda, pues ni siquiera era aficionado a la música clásica, jamás había asistido a un concierto, lo suyo era disfrutar con “Paquito el chocolatero” en las fiestas falleras. Era un entusiasta de las patatas fritas regadas profusamente con eso que denominan “Ketchup”, salsa infame y exitosa con la que nunca he podido demasiado. Atiborrándose con su alimento preferido, mientras presenciaba un partido de Rugby, añoraba esa época de su vida cuando era jugador en activo. Una impensada lesión de menisco lo retiro definitivamente del juego, no sin antes haber conocido y llevado al altar a esta extraordinaria mujer, en aquel tiempo fiel animadora de su equipo.
Nati nunca lo quiso una vez pasada la primera época de encandilamiento, ella tenía unas inquietudes culturales muy lejanas a ese mastuerzo primitivo.
Muy distinto fue el caso de su segundo esposo, Lucas, por él si tuvo una pasión desmedida. Era escritor por vocación y mecánico dentista de profesión. En sus comienzos escribía y le publicaban novelas del oeste, más tarde ideaba unos larguísimos relatos románticos, también con un público adicto e inquebrantable. Utilizaba seudónimo, pues en el fondo se sentía prisionero de ese encasillamiento y soñaba con llegar a crear su gran novela, la obra profunda con la que conseguir reconocimiento como un verdadero autor. La trascendencia era su ilusión.
Ella lo amaba locamente, yo diría incluso que lo idolatraba, demostrándole esa admiración sin disimulo alguno, de hecho, en aquellos años, y mientras duró su relación, la nuestra se mantuvo adormecida, pues si bien no la habíamos concluido definitivamente, quedó aletargada, en manifiesta hibernación y sin ninguna traza de una posible reanimación. Pero la desgracia se cebó en ellos, Lucas contrajo una dolencia muy agresiva, el glioblastoma, cáncer de origen cerebral en el que ni las operaciones quirúrgicas ni la quimioterapia o radioterapia son capaces de detener o paralizar su letal avance, así, lamentablemente, este tumor maligno le quitó la vida en menos un año.
La tuvo siempre al lado, con abnegación admirable, y durante cada día mientras el deterioro iba avanzando, fueron adquiriendo una prodigiosa intimidad más allá de lo común, inexplicable para quien fuera ajeno a su propia unión, pues parecían ser uno en vez de dos seres. Antes de abrir la boca para pedirle algo, ella ya lo traía en la mano; sabía cuando estaba molesto por una postura incomoda o cuando su sufrimiento necesitaba el bálsamo de su compañía.
Tras el fallecimiento aprecié en ella una sutil transformación, se aficionó a leer sobre temas del más allá, incluso contactó y visitó algún experto, como si pensara encontrar algún resquicio por donde infiltrarse a ese otro mundo en el que intuía estaba Lucas. Pero poco a poco las cosas volvieron a su cauce, un inexplicable y profundo sosiego inundó su espíritu, recuperó la vivacidad, su permanente buen humor, y nuestra relación adquirió un nuevo impulso, una inesperada intensidad.
Su marido actual era un empresario relacionado con productos de embalaje, no sé más ni quiero. Yo lo conocía de vista, y ella, consciente de que lo nuestro era perfecto quedándose en el exacto lugar donde lo teníamos, solicitó mi consejo cuando le pidió en matrimonio. Sin ambages, le recomendé abiertamente que aceptara la propuesta. La buena situación económica y el bondadoso carácter del candidato no daban lugar a dudas, la tranquilidad y los pequeños lujos que le proporcionaría no podían rechazarse. Qué ya la edad no daba para aventuras y penurias…

Y sigamos donde lo deje. Ya vestido, me atreví, animado por la apreciación de que las voces parecían algo más lejanas, posiblemente porque habían salido a la azotea, a abandonar mi escondrijo e incluso a sopesar la posibilidad de escabullirme mientras me mantenía alejado de su ángulo visual. Cautelosamente asomé la cabeza y efectivamente, allí los vi, de espaldas y apoyados en la balaustrada que circundaba la terracita, pudiendo comprobar la física imposibilidad de percibirme. Con más ganas de huir del escenario que un roedor de un felino, de puntillas, con movimientos parecidos a aquellos dibujos animados de Tom y Jerry, alcancé el pomo de la puerta, lo giré lentamente, abrí la hoja y me abalancé hacia el exterior; suspire aliviado, por fin salvado, pensé.
La calle me recibió feliz de volver a tenerme como viandante, me parecía como una ovación por el satisfactorio desenlace la algarabía del tráfico bullendo a media tarde. Inmediatamente unos terribles deseos de tomarme una cervecita acudieron a mi encuentro. Con esa sensación de libertad recuperada, y la firmeza de tono que da eso de poder decirme a mí mismo “prueba superada”, recorrí el par de manzanas que me separaban de un bar conocido, me dirigí a la barra, pedí una jarrita de cerveza muy fría y al girar la vista lo vi: Era Gus, el actual marido de Nati, amenamente charlando con algunos amigos.
Pero entonces, quién demonios… 
Ella dijo "mi marido", entonces... ¿me mintió, o acaso no lo hizo y...?

22 enero 2009















Nada fácil…

Lo que escribimos es el almacén de nuestras ideas, vamos recolectando palabras, nos dejamos seducir por su significado, por su sonoridad, por su belleza, algunas siempre nos deslumbran cuando acuden a nuestros pensamientos, somos agricultores del lenguaje en proceso de búsqueda. Por otro lado, la inspiración se nutre de todas esas fuentes emotivas que nos gobiernan en actos y decisiones, incluso en la indiferencia o en el desánimo cáustico.
Si el cauce de la vida por el que transcurrimos es pacífico muere el espasmo de la creación, así pasamos temporadas intermitentes habitando en la penumbra de esa tristeza secreta, inviolable, renuente, existencial y que aparece sin motivo, desconociendo si su origen es puramente químico o si tenemos un espíritu capaz de poseernos aposentándonos en su lecho lánguido.
Damos rodeos interminables a los mismos lunes alicaídos, aunque sabemos que deberíamos salir a pasear los verdes de algún jardín agreste. Así seguimos viviendo, instalados en la esperanza de encontrarnos un acontecimiento inesperado, una puerta misteriosa y entreabierta. Es esta posibilidad una ceremonia imprescindible, deberíamos retomarla y retornar a ella cada cierto tiempo. Creer en ella.
Pero no es sólo la aventura, su recuerdo también nos resucita; y es la transgresión, ese animal sediento, lo que nos excita (en otra hora fue el pecado con su placer y culpa), nos envalentona para adentrarnos en lo prohibido, abandonando el caparazón de nuestra adormecida crisálida en cada estación primaveral, recuperando esa claraboya de libertad luminosa que se oculta en las apreciadas madrugadas felices.
Las jornadas pasan, deslizan insomnios con la perseverancia que les otorga el reloj insumiso, nada cambia, todo parece ser siempre igual, lo mismo, un nuevo comienzo repetitivo, siempre estamos empezando otra vez. Hay un veneno lento haciendo su labor infortunada, nuestro espíritu de supervivencia busca sin encontrar la triaca sanadora y al fondo del escenario la muerte es el final común que nos iguala, todo eso después de haber decidido en las encrucijadas el camino más cómodo, evidentemente no por ello el correcto.
Renunciar a la tentación de aventurarse y limitarse es ir envejeciendo, tender a la línea más recta, más tediosa. La farsa de buscar un sentido debe continuar hasta hacerla creíble, pues sólo el calorcito vivaz del autoengaño apacigua el espíritu, evita emparamarse en la desolación.
Como ya sabemos, una media verdad se torna en completa con el simple hecho de repetirla incansablemente. Si inventamos nuestras verdades por auto convencimiento, con nuestro espíritu de supervivencia tomando las riendas, a partir de ahí, podríamos ser de nuevo azul cielo y no gris apagado, nada fácil…

14 noviembre 2008














Encuentro inesperado

Deambulaba por la ciudad meditabundo y se dio de bruces con aquella capilla escarbada en una roca que le pareció totalmente fuera del entorno urbanístico, era como la entrada a una dimensión que ya hubiera visitado en alguna ocasión o acaso en otra vida. Una anciana rezaba arrodillada con la vista fija en una cruz espartana.
Le pareció demasiado fácil confesar sus inquietudes a un dios ajeno a sus creencias, no resultaría, estaba seguro, aún así entró y se sentó en uno de los banquitos de madera, primero miró por encima de la cruz, fijo sus ojos en la pequeña grieta que hería la pared superior y se dijo que igualmente podría dirigirse a la misma en vez de a ese otro símbolo tan utilizado.
Y se le liberó algún oculto demonio interno…


Dios que soy yo -pensó- te hablaré sin hablar pues bien nos conocemos a pesar de todos esos muros que han ido interponiendo en nuestras charlas: doctrinas, credos, religiones nefastas. Dios que me provocas ruido en el alma, angustia en la simple contemplación del horizonte gris del porvenir, vértigo en esa noche que emerge y me extravía, que me descubre desolado y perdido, estremecido por una ceguera repentina. Dios que has sido el éxtasis, el derroche, el engaño de creerme acompañado, la ruina de un ser que a veces flota en su propia miseria, y otras veces en su estridencia, en su júbilo, en su sueño de muerte. Dios bárbaro como lo es mi ignorancia, tan capaz de aventurar las tropas en batallas perdidas, eco de mi propia estupidez, de todas esas dudas que son cordilleras escarpadas rodeando el valle de mi presencia viva, cual misterio, cual llanto, cual espina; siempre abrazado a tu contrasentido, al mío, por eso me escabullo, huyo de ese escenario en el que nunca tienes (tengo) el valor necesario para saltar al vacío, para romper cada cántaro, uno a uno, escampando su arena, sus fragmentos de barro, y así, lograr que mi cuerpo quebrado, inalcanzable, se recomponga en sol, en agua, en aire, en línea recta y muerta, que mi mente descanse en el blanco perfecto y silencioso de la mudez caída. No, no quiero ya ser yo y dios, no quiero verme centro, es mejor agonizar en niebla callada, irrazonable, vana, no pensar, olvidar esa esfera feliz que invadí en algunos momentos. Locura de piel, que también se cree dios, locura de deseos, que no duda en creer con la ineludible devoción incorporada: Mujer, rosa que hiere, que aroma los misterios, que disfraza de firmamento los huecos de ventanas…

Sí, dios que soy ese yo, único e irrepetible y con poder supremo sobre mis decisiones, hablamos pocas veces, como quienes todo conocen del interlocutor, pero hoy es urgente desatar nuestras lenguas encubiertas.
Humano dios, como lo es cualquiera, que se deja avasallar por una dolencia que transmuta eternamente, que quema y angustia hasta el punto de obligar a salir en búsqueda de alivio, de un bálsamo que mitigue la desazón que es carecer de una mitad, como si fuera cierto que existe esa otra parte que encaja en este vacío tan innegable.


De repente ya todo vuelve al cauce, sigues ahí, sabiendo que en unas horas estarás de nuevo frente al televisor, escuchando su trino metálico fundido en mezcolanza con imágenes (es ese un portento que siempre te embelesó). Miras alrededor, apático, y vuelves a pensar que no hay espanto perenne, esperando el después, pues sabes que habrá un después, así como sabes que volverá ese pago aplazado inexcusable, será en un encuentro fortuito, al salir del cine, del teatro o al pasear solitario atravesando un parque, y el detonante una sonrisa, una mirada lanzada contra tus ojos con la más provocadora de las intenciones, o con la inocencia de quien no imagina, o tal vez todo será un fruto enfermizo de tu achaque de búsqueda.


Repentinamente se diluyeron sus pensamientos, alguien había franqueado la entrada y aunque habló para sí con voz callada, como suele utilizarse en los lugares de culto, resonaron sus palabras con una singular agudeza: era un cura con sotana.
Es la señal, pensó, ya seguiremos hablando otro día, se levantó y huyó de la capilla.

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30 octubre 2008













Fascinación

Liviana como el aire en un sueño, flexible como un junco altivo, girando ante mí como una sensual peonza con silueta de Afrodita, era ola ardiente bailando en un mar de ascuas, su piel brillaba destilando el sudor más incitante, su mirada era fuego y estaba tan hermosa como una orquídea capaz de cobrar movimiento
…y yo, inmóvil, completamente mudo de asombro.


Sus piernas, selváticas como carreteras invadidas por la exuberancia de la jungla, desprendían la más pura esencia de la danza, firmes como acantilados, suaves como la luz de un fanal al amanecer; si mis ojos existían, si tenían algún sentido era sólo para poder visionarla, mi boca codiciaba el frutal de sus labios, mis manos deseaban explorar los secretos refugios de su piel.
Levantaba su falda acompasando cada movimiento y dejaba entrever sus muslos alevosos, su braga blanca como mediodía luminoso. Convulsionaba su cuerpo poseída por un duende íntimo, sin mirar nada definido, ida y bella, con esas sombras ensortijadas en el rostro provocadas por su cabello liberado de cualquier yugo, zapateando el tablao con la rabia y la furia de una fiera herida, abrasada por un deseo indefinible
…y yo fascinado.


Con un felino salto abandonó el escenario y dirigiéndose hasta la fuente se adentro en sus aguas sin dejar de bailar, al contacto húmedo su cuerpo resaltó como un relámpago revelando parte de una desnudez indómita presentida bajo la ropa, se rasgó la camisa y uno de sus pechos broto como un milagro, sus brazos inventaban rezos paganos con la fogosidad de un simulado y ardiente abrazo, era como entrar en un paraíso de pasión, un salvavidas repentino apareciendo al lado después de un naufragio
…y yo loco de amor,
desperté.
Y ese despertar fue tan placentero como la tregua pactada después del orgasmo
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09 octubre 2008

Aquí
















Hay un silencio recio contemplándose a sí mismo, viene desde la insondable profundidad de la memoria imposible, rememorando el principio de todo, regresando desde lo que pudo ser antes del nacimiento; un silencio que procede de un destierro anterior al existir.
Aquí, bañado por algunos rayos de sol como un regalo inesperado que me ofrece este día, ojeando un libro heredado de mi padre y que sostengo suavemente con la mano izquierda (una vieja edición del año 29 del pasado siglo, el segundo tomo del “Así hablaba Zaratustra”) y palpando sus desteñidas y amarillentas hojas con el placer de un espontáneo hedonista, leo ensimismado en su portada esa conocida leyenda que reza: un libro para todos y para nadie.
Aquí, sentado frente a mi amado limonero, percibo un universo distinto al habitual, un tiempo teñido por una nueva cadencia que se desliza con la sedosidad de lo trascendente y casi en el límite con lo inexistente, e imagino el lento galopar de los segundos sin estridencias, apreciando con que facilidad y precisión siguen llevándose rio abajo el agua de la vida.
Aquí, asimilando esa comilona indigesta que es la ciudad ensordecedora e intentando calmar la mordedura de la urbe atenazante e implacable, nutro a mi piel de un sol callado y dócil mientras lo disfruto como si su espectáculo hecho de luz cálida y quieta me atrapara con proyección eterna. Más allá o más acá (sí es que fuera capaz de mirarlo desde mi propio centro) estás tú, amor, y también vosotros, los que me leéis, vagamente estáis como vela encendida y difusa, mis invitados lejanos, improbables creadores de encrucijadas.
Me es fiel esta tenue felicidad, se encariña uno con ella mientras van apagándose las otras, relegando sus vestidos de gala al fondo del arcón de los escepticismos.
Muy cerca, el mar, batiendo olas esperanzadas, mostrando lo inmenso de la simplicidad, siendo confesor secreto y juicioso, ni una ola de más para acallar mi voz. Lo que me va sobrando en cada mudanza él lo arrastra a sus profundidades, sin enigma ni misterio alguno, sin desprecio ni veneración, como padre y madre al tiempo, sometiendo la pena y la tristeza a su dominio azul.
Siempre fue la mar mi amiga, dejándose querer en cada crepúsculo, en cada noche insomne, la busco como busco a la mujer, persiguiendo su corona espumeante de olvido, aunque su indulgencia lúbrica siempre la he exagerado y de repente asoma el arrecife desolado, el ser humano que cobija los mismos miedos y angustias que yo mismo.
Aquí, en soledad admitida, refugiado de la tempestad espesa, soy un ave usando plumas de la más negra tinta, describiendo este enjambre desorientado, este hervidero roto en abejas ciegas y desmemoriadas.
De aquí al desenlace no hay más que un solo paso y su inicial la puedo contemplar fácilmente, está impresa en mi mano, en su palma premonitoria. Sin embargo, hoy no le haré reverencia alguna, que cierta amable paz y el releer una vieja carta apasionada, consiguió cubrir con un velo de pétalos rosados cualquier inconveniencia que de improviso pudiera resurgir en mi mente.

La evidencia de andar entre luces y sombras…

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18 septiembre 2008















MI AMIGO JAVI

A Javier lo conozco desde hace bastantes años. Es un amigo fuera de lo común, destila seducción y no sólo con las mujeres. Sabe conversar con una exquisita amenidad y ha adquirido una sabiduría a lo largo de su vida que le permite tener numerosos recursos en cualquier tertulia. Solemos encontrarnos sin premeditación, en muchas ocasiones simplemente llamándonos por teléfono para acordar un punto de encuentro prácticamente inmediato.
No es un hombre excesivamente feliz, como es lógico, y tiene cierta propensión a la depresión, pero se ha construido un mundo a la medida de ese declive que le va sometiendo poco a poco y así consigue ir superando, y hasta diría gozando, tanto de sus pesadumbres como de sus alegrías.
Le gusta escribir, ahí somos coincidentes en el placer de hacerlo, y se ha propuesto relatar sus memorias.

No sé si es plenamente consciente o quizá se auto-engaña al creer que el motivo de hacerlo es una especie de tributo que dejará a sus hijos para que conozcan esa parte de su pasado que le hace sentirse orgulloso de haber sido un ser atípico, gran coleccionista de emociones y vagamente aventurero. En realidad lo hace para sentirse vivo, para poder seguir creyendo en él mismo, para rencontrarse con los momentos más significativos de su pasado y por esa satisfacción que siempre proporciona jugar a controlar las palabras como si fuéramos dioses capaces de crear.
Cuando conversamos tenemos la satisfacción de querer escucharnos procurando entender y comprendernos, y aún paseando por el filo de lo que en otros sería aburrimiento, por aquello de estar casi siempre de acuerdo, hemos conseguido que en absoluto sea éste nuestro caso.
He recibido un escrito de él como si fuera un pequeño retazo de esas memorias, y creo que debe saber todo lo que valoro su esfuerzo por hacerlo, y creo que debe saber que considero extraordinario su intento de no tratar de vivir de los recuerdos sino de obtener deleite en poder evocarlos.
Javier está al tanto de que el intento de escribir unas memorias tiene el peligro de que las imprecisiones e inexactitudes, consecuencia de la lejanía en algunos evocaciones y su paso por el tamiz de nuestro particular cerebro, pueden arrastrarle a tener valoraciones subjetivas de los sujetos que han compartido o pasado por su vida que den lugar a malinterpretaciones.
Esto, que en la mayoría de los casos pudiera no ser importante, porque esa persona siguió un camino muy distante, en cambio es primordial si afecta a los que actualmente son nuestros allegados, los que más queremos y más nos importan. Por eso hay que saber tratar las confidencias con delicadeza, no vaya a suceder que nuestra pretensión de ser sinceros se enfrente fatalmente con un punto de posible traición a la confianza que en nosotros depositó alguien. ¿Cómo se conjuga discreción y espontaneidad? Seguramente lo más interesante de una vida, a vista de los otros, es lo más comprometedor bien para uno mismo o para alguien querido.
También está la eterna duda de hasta donde llegar en el relato de episodios que por su esencia lúdica o sexual tengan aún gran capacidad de herir a su actual compañera, éste es un peaje difícil de asumir.
Y ese primordial tema le intranquiliza, pues ese espíritu que le impulsa a escribir no distingue entre lo conveniente y lo interesante. Nada es lo mismo cuando uno se descubres mirándose hacia dentro repetidamente, pues las huellas de pasiones antiguas retornan turbadoras. La vida actual carece de ese algo capaz de sacudir y ejercer como un aliciente que consiga reafirmar y alimentar el mortificado ego.
Así, se van de nuevo aunando los pedazos de uno mismo que fueron disgregándose con el paso de los años, que al escuchar siempre las mismas voces nos modulamos a ellas y acomodamos la vida a conductas cotidianas y repetitivas. El entusiasmo brilla cada vez más tenue y difícilmente se encuentra otra salida que no sea retornar a la memoria marchita.
Siempre hay que tener en cuenta que no podemos engañarnos y que siempre se escribe para ser leído.




Javier, sé lo que crees haber perdido, amigo, sé lo difícil que es romper con lo que siempre fue el eje de tu historia, de tu existencia. Ahora, en ese espacio nuevo que has delimitado y determinado como tierra conocida y estable, entre esa niebla que ensombrece un tesoro que parece no tener el fulgor que nos da cada nuevo descubrimiento, ahí, has conseguido algo que te salva y que se define con sólo una palabra: humanidad.
El tiempo siempre es el triunfador, pero después de extinguirse una emoción hay un ápice de la eternidad que queda en nuestro poder y nadie podrá arrebatarnos su propiedad mientras sigamos latiendo. Cuando perdemos de vista lo bello, el vacío que nos queda es tan grande que la búsqueda para reencontrarlo nunca concluye. En cierto sentido la añoranza nos sirve para recuperar por momentos una pequeña parte de lo perdido y la soledad, esa dama que nos acompaña cada vez con más frecuencia, puede llegar a ser, a veces, muy amigable.
Hemos de defendernos del ataque del reloj, que usa las manecillas como lanzas hirientes de tedio; nuestra mejor defensa es olvidar el tiempo y su cadencia con todas las pasiones y aventuras que podamos acercar a nuestra vida, o al menos ser capaces de inventarlas; por eso tus memorias debieran transformarse en novela para así permitirte de los atrevimientos y fantasear. Sinceramente creo que yerras al no creerte capaz. Escribes cojonudamente bien y eso es lo importante. Un abrazo.

Aquí os dejo una pequeña parte de la carta que recibí de Javier:

“Le cuento que estoy escribiendo mis fragmentos de recuerdos para salvarlos de la desmemoria pero él considera que es una tarea aplazable y sin sentido (si me apuras), es como cerrar el círculo de la vida si se ciñen a contar la verdad ¿a quién le puede interesar mi vida aunque tenga algún capítulo interesante? ¿Se puede escribir lo que verdaderamente te entusiasmó, o te hirió, con impunidad? Tarea imposible, inconveniente incluso: hundirte en el pasado, escarbar para encontrar las calaveras de lo que fue un hermoso rostro, hurgar en las heridas, añorar anterioridades…¿no sería mejor, Javier, escribir una novela donde no tengas que ajustarte a lo vivido y poder inventar , recrear, fantasear, huir de la realidad, no comprometerte y no comprometer?
-No me siento capaz, pero es posible que tengas razón.”


http://memoriasdesfragmentadas.blogspot.com/
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08 marzo 2008











Me pasan cosas

Fue un viaje a uno de esos pueblos que pasaron de ser casi nada a conglomerado de restaurantes, hoteles y chiringuitos en tan sólo una decena de años, algo muy común por estos pagos.
Escogimos un hotel con categoría semi-lujo de una conocida y prestigiosa cadena, lo que se denomina un cuatro estrellas (palabra que inevitablemente me trae siempre al recuerdo mi paso por el glorioso ejército español, tan repletito de estrellas y estrellados).
La época, el comienzo del verano, y la oferta muy buena en cuanto al precio, con la única salvedad algo fastidiosa, sí es que pudiera considerarse así, de que estaba atiborrado por una ingente multitud de jubilados a los que, presupuse, les habían casi regalado la estancia de unos días con el fin de cubrir por completo la capacidad residencial que tenía el establecimiento.
No entraré en demasiados detalles sobre el alojamiento. La habitación, como es habitual en estos casos, tenía lo justo, pero eso sí, era modernita y limpia, funcional que se dice. La cama estaba algo combada, seguro que por aquello de utilizarse mucho en los repetidos intentos de ir saltando sobre ella algún que otro tigre, y claro, tenía resentidos los sufridos muelles. El baño coquetón y no demasiado grande, mejor, no vayamos a encontrarnos agobiados por los espacios amplios al realizar esos menesteres donde tanto es de agradecer sentirse recogidito. Había aire acondicionado, cómo no, pero ni siquiera intenté hacerlo funcionar, ya hace tiempo desistí de los intentos vanos por entender el funcionamiento de esas simpáticas ruedecitas, tan suyas y tan desobedientes en relación a mis deseos y a mi pobre capacidad de raciocinio. Había caja fuerte, sí, pero pensé, con este precio por noche incluyendo media pensión, seguro que hay un pago suplementario por utilizarla, y como estaba ya concienciado de que, en los días de asueto, cuanto menos trato se tenga con el recepcionista más feliz es uno, pues… pasé del tema.

Vayamos al grano, la cena era eso que llaman buffet libre, un triste invento en el que los alimentos parecen adolecer de una melancolía vitamínica y estética inquietante, pero, estábamos de relax, no pasa nada; cogí una bandeja de esas que pretenden simular madera y que en realidad son de un plástico más frio y duro que un asesino a sueldo, y me dije, después de palpar mi chaqueta y comprobar su falta, cielos… no tengo mis gafas, las he dejado olvidadas en la habitación, tampoco pasa nada, tranquilo, si total llevo la gran mayoría de la vida sin ellas, además, así me evito todos esos intentos por reconocer la presencia de pequeños insectos, animalitos de dios, entre las hojas de lechuga de la ensalada.
A partir de aquí, algo sucedió, y es que, como ya titulé, me pasan cosas.


Entre los recipientes metálicos donde reposan los jugosos y apetecibles manjares que cocinan en estos lugares, sin duda, para nuestro deleite, vislumbré la singular presencia de unas patatas fritas de aspecto muy enternecedor, con una sin igual pastosidad y dichosamente bañadas en su lagunita aceitosa. Inmediatamente me convocaron para ir a su encuentro por lo que, sin más preámbulo, así lo hice, no sin antes haber depositado cariñosamente, en el fondo de mi plato y con el fin de arroparlos un poquito, un par de huevos fritos que ya hacía rato estaban pasando frio. Intentaba poner todo mi amor en la combinación de esos dos elementos, patatas y huevos, que como estaréis de acuerdo conmigo es la más sublime y sencilla que existe.
En mi intento por trasladar los tubérculos al lado de sus redondos y futuros compañeros de infortunio, me pasó inadvertido un episodio de esos que llamamos imprevistos, pues como consecuencia, sin duda, de mi visión mermada por la ausencia de los anteojos citados, un par de patatitas tan abrazaditas como apasionados amantes, cayeron al suelo acompañadas de todo ese amor suicida, y yo, sin advertirlo, las asesine, amparándome en la ineludible ley de Murphy, implacable en estos casos.
Fueron irremediablemente aplastadas por uno de mis zapatos, y con una pisada de esas que demuestran mi carácter, bien profunda, he de señalar en este punto importante, que mis zapatos eran, en esta ocasión, de esos que tienen unos nervios de goma muy coquetos y sobre todo útiles al pisar en la arena de la playa, distrae mucho el poder contemplar las propias huellas, es casi filosófico.
Sigamos, la pulpa de las susodichas se me incrustó y amoldó perfectamente en el lecho nervioso y noté la lógica protuberancia al dar el paso siguiente a aquel en que las albergué en mi suela.
Desde ese mismo momento fui perfectamente consciente de que tenía un problema.
Nada como la conciencia de saberse en dificultades para sentirse inútil, aunque algo tenía claro, mis próximos pasos eran cruciales para no ir dejando marcas grasientas y hasta peligrosas, cosa ésta que pude comprobar inmediatamente cuando vi a una señora, de mediana edad, haciendo un escorzo rumbero con el meritorio fin de evitar caerse después del resbalón ocasionado por la traza de mi primera pisada.
Lo primero, me dije, serenidad, esto es como cuando pisas una cagada de perro, lo mismito, y en esos casos, ¿qué haces? ¡coño, el bordillo! claro, hay que buscar una buena arista, miré entonces el zócalo que circundaba la barra, no me vale, es curvado, pues entonces un pilar, ese sí tiene esquinas rectas, aunque todos están en lugares demasiado visibles, si al menos pudiera llegar al servicio de caballeros aunque sea andando apoyando en el tacón, tampoco, está fuera del comedor. De repente, me alcanzo una de esas iluminaciones inexplicables pero bien ciertas, me fijé en el tenedor que tenía en la bandeja, parecía mirarme como diciendo, yo, yo… estoy aquíii, ni lo pensé dos veces, lo agarré como un poseso, giré boca arriba la maldita suela, quedando apoyado en una sola pierna, y pinché (reconozco que con una precisión inusual en mí) la pasta insolente en la que se habían convertido las patatas, luego, una vez despegadas y sueltas, las aparte a un lado de un puntapié certero, de algo me habían servido, al fin, todos estos años jugando al futbito.

Cuando levanté la mirada, razonablemente satisfecho por la hazaña, los puede ver, eran una parejita de jubilados, de esos que parecen haber encontrado la antesala feliz de la eternidad, sonrientes, sus ojos eran puro gozo; ella era mi abuela Carmela después de descubrirme en una travesura, él hizo un gesto con su mano diestra: ese de poner el pulgar hacia arriba victoriosamente…

06 febrero 2008












RUGIDO

Como un hechizo que nos salva, inventamos frases hechas con las palabras de siempre. Se produce el milagro, nos rejuvenece escribir, es más, con tan sólo pensarlo abandonamos la edad en el cuarto de al lado.
El sol parece adormecido, son días grises, hasta el café con leche del desayuno tiene un pardusco tono descorazonador. Nunca soporté bien la soledad a traición, la que ruge como un tigre interior, sin avisar. No tolero bien ni las ausencias ni las despedidas.
En estos días así, escribir es agarrar la soga que ciñe el pescuezo, y trepar, tal vez sin saber hacerlo, no importa, el acto de intentarlo es lo que nos salva.
Este deambular en los claroscuros, en la desesperanza de no entenderme. Y esa maldita rueda que me posee, me gira, me acelera, sin dar tiempo a fijar el paisaje en la retina. Ruedo y es sin sentido, frágil e incapaz de poner un freno a esa incomprensible fuga que me supera. Ruge el tigre pero sin fuerzas para atacar al mundo, pasa el tiempo y la arena del reloj es la base del fango en el que hundirse.
No han podido morir esos estados en que el dolor es sima y cima la alegría, en que dos pueden unirse a los momentos o recibir con avidez cada estrenado instante. No me complace el valle en esta vida, quisiera ser iluso, de nuevo, en el mejor sentido, permitiéndome dejar el contador a cero y construirme distinto, en la aventura, en el desasosiego de la supervivencia.
No es preciso saber lo que se va a escribir, mejor dejar fluir, agua de letras, río recién nacido de expresiones, frenético aguacero que riega en el papel con las palabras, desencadenándolas con impúdico ritmo, buscándoles el paso y hasta el rumbo, en impulso, en libertad, en júbilo, en tristeza...
Descubrí ya hace mucho ser inhábil cerrajero para abrir los secretos, los míos, soy un simple misterio hasta para mí mismo y quisiera poder jugar al póquer con las locuras contenidas que atesoro, romper la innata timidez de lobo satisfecho que impide el descubrirme. Las mujeres tienen un sentido intuitivo y lo saben, es por eso que me mantienen la distancia, como el buen boxeador. Ellas necesitan también alimentarse de secretos, de enigmas revelados y entregados.
Cómo lograr en esta breve vida hacer posible la eternidad, y sin ser…que sea como el palpitar del corazón, cada latido una eternidad entrando en su túnel sin salida, naciendo y muriendo en eterno. Lo grave es el cansancio del espíritu, ese no apetecer ni de los intentos, todo vano, todo absurdo, todo roca, tan vacío, tan sombrío…
Hasta esa íntima conquista de haber logrado estar con uno mismo queda tan sólo como un espejismo de la soledad bella.
La otra soledad, la ajena al deseo, indeseable cresta rancia de la existencia, me invade, me conquista con deslucido ejército.
Qué no nací con el don de la sonrisa amplia, también soy incapaz de la aproximación, el tigre ruge pero hacia adentro, mudez externa, brillo apagado mirado desde afuera.
La mirada de la noche me inquieta no concibo su límite, aunque por el momento, si es noche crece en mí el sosiego, desaparece la melancolía y entro con lentitud en sueño plácido. ¿Será acaso así el último dulzor del moribundo?
Son cada vez más y más la veces que pugna por aflorar la lágrima y sigo entornando los parpados, no descorro la reja totalmente ¿seré joven…?

31 agosto 2007













Huidas y abandonos

Hace unos días, en la madrugada, me desperté turbado. Abrí los ojos cuando todo callaba y me sentí incomprensiblemente desolado por la ausencia, por la falta irremediable del cisne huido.

Con el clima disparatado e imprevisto anunciando la próxima llegada de ese otoño, casi siempre espesante del fluido espíritu veraniego que tanto aprecio, prende un rescoldo de incertidumbre con aroma ambiguo y un amargor inédito que no ha de restaurarse a familiar por mucho empeño puesto. Ni, indudablemente, tampoco será el atisbo de una postergada alborada, posibilidad que se adentra en el reino de la quimera.

El paso del tiempo enturbia el paisaje que abarca la retina pero, pensé, tal vez muestre el fiero y astuto lobo la postrera dentellada de la sabiduría, y es que la esperanza no es palabra vacía aunque tampoco alimento imperecedero.
Los ojos, en lo oscuro de la estancia, juegan a escudriñar los pensamientos con la inclemente mirada interna que provoca la danza musaraña, la esquiva telaraña que atrapa los insomnios. La noche se eterniza.

Un ciclo en la vida podría ser un año, su final podría ser el del verano, o acaso la herida que cierra, o quizá la hoja que cae, o tal vez la estela del barco que se borra a la par que lo engulle el horizonte.
Un ciclo debiera ser el principio de un nuevo círculo, la esfera de la vida iluminando esa noche insomne donde los párpados terminan cerrándose sin apenas advertir el justo momento de retornar al sueño, de volver al limbo.

Pero al despertar, con la mañana que se antojaba esquiva, cayó sobre mí la losa de la noticia que anunciaba la muerte de Paco Umbral.
Él, que parecía pasar por la historia como un ala visionaria, situando sus crónicas en los aledaños de lo inmortal. Él, que conoció la miel y los lamentos, que fue dejando en el camino los amigos caídos para desempolvar de su, a veces, traicionera memoria miles de historias recorridas desde su inigualable prisma.
Paco Umbral, que me acompañaba con el fruto de su inclemente pluma en algunos de esos desvelos, como el de está noche extraña en que sentí esa fuga.
Amigo, desde mi escepticismo hasta el tuyo te dejo este saludo para que la nada lo engulla. Nunca creíste en eso de la posteridad pues como bien sabías ya no te existe, y es por eso que lo que escribo no ha de ser otra cosa que un saludarme a mi mismo, una despedida con el sombrero en mano para poder sentirme aún vivo y capaz de glosar aún los falsos infinitos donde mora tu sombra y tu recuerdo.

Ya nos abandonó tu siglo XX definitivamente, está casi olvidado su tiempo inmenso en contrastes, destructivo y creador, conquistador de lunas, de mares, de universos, ya van quedando algunos cadáveres retirados en los ribazos del camino, ya la altivez desfallece y encorva, ya el ánimo apasionado recrea su abandono.

Y seguimos por aquí...demos gracias, si acaso somos agradecidos, al dios de cada uno, demos gracias al dios atómico, al electrón que gira, a la firme y ordenada molécula.
Y seguimos por aquí siempre dispuestos al movimiento que nos lleve a la nada, a la feliz inexistencia, a la esperada inesperada que abraza con una dulzura inimaginable.

“Nací para jardines desolados, para claustros con poeta solitario y con ciprés, y aunque he vivido en la más populosa y urgente estación de metro, cruzando las ciudades por debajo, por la entrepierna, creo que de alguna manera se ha consumado mi sueño de pureza, de soledad, de paz inmóvil” Paco Umbral

(Éste, tu abandono, si me cogió desprevenido enfrascado, como estaba, en la lectura del que no imaginaba sería tu último libro: “Amado siglo XX”)