15 septiembre 2009














Esperando a la brisa

Dentro de algunos de nosotros perdura, con independencia de la edad, un eco insomne que nos hostiga persistentemente, y para intentar someterlo lanzamos un grito ahogado capaz de encabritar el agua tranquila que pudiera ser nuestra existencia.

El paso del tiempo nunca nos es indiferente, todo va emborronándose, se disipan espejismos capaces de llenar algunos vacíos. Lo cotidiano parece querer eludir el acontecimiento aventuresco, ese que en ocasiones se antoja tan posible como el revoloteo de un pensamiento y tan decisivo como dar un salto imperioso hacia lo desconocido: la salvaguarda transitoria para evitar caer en el precipicio de vivir entreviendo el final del paréntesis, o la innegable señal anunciándonos que se va avecinando el último párrafo de nuestra novela.
Ciertamente nada nuevo se descubre si somos incapaces de armarnos y volar con las alas que mantenemos ocultas en la voluntad y en la mirada.

La mano propia necesita del calor perceptible de otra mano aliada, tangible, leal, guía en nuestra ceguera torturante, el amparo del camarada, y así, en confianza, poder sentirnos capaces de atrevernos a cruzar la calle ilusionante de nuestras aún posibles fantasías. Precisamos de la caricia, del beso enardecido, del cuerpo celebrando el regocijo de armonizarse en otro. Hay una demanda interna necesitada de contacto, de piel convocando a piel, de lágrimas, risas, de la voz y sus matices vibrando en nuestros oídos…

Día a día constato que un blog nunca deja de tener una gran parte de muralla infranqueable, de muro sordo, y voy apreciando como tras esa barrera vais desapareciendo tal y como llegasteis. Uno a uno regresáis al lugar donde presumo estabais antes de formar parte de este inciso en mi vida, volvéis a vuestros velados señoríos, imaginados cientos de veces pero que lamentablemente jamás recorreré.

Me olvidareis lenta e irremisiblemente, yo os olvidaré a mi pesar, es la vida. Aún así no tengo duda: ha valido la pena cada minuto dedicado a conoceros, a pensaros, a fantasear con capítulos posibles de esta fábula con estéril final. Sé muy bien que este intento de vuelo es tan solo una dulce quimera.

Aunque, lo confieso, siempre perdurará e mí la marca indeleble de ese alguien que secretamente me enamoró, en el más bello ensueño imaginado. Pero tras el sueño, el despertar trae un regusto agridulce con la perdida de lo que parecía real, y el despertar también lleva consigo la aspereza de descubrir la verdad irremediable.

Estas tenues amistades o ingenuos amores consiguen deleitarnos la existencia durante segundos, minutos, horas. Son juegos preciosos y no deberíamos renunciar a su lúdica recompensa, eso sí, siempre teniendo en cuenta que se rigen por unas reglas vigentes tan sólo en este cosmos particular. Durante nuestra permanencia en él nos engañamos como si pudiéramos abandonar fácilmente su atrayente tela de araña. Es duro renunciar a un mundo sin distancias donde nos creemos seres más perfectos que en el real, donde solo el regreso a la vida rutinaria nos desengaña con su telón de materialidad.

Pero no me hagáis mucho caso, esto son tan sólo taciturnas reflexiones y posiblemente las arrastrará la brisa junto a cualquiera de las noches venideras.