18 septiembre 2008















MI AMIGO JAVI

A Javier lo conozco desde hace bastantes años. Es un amigo fuera de lo común, destila seducción y no sólo con las mujeres. Sabe conversar con una exquisita amenidad y ha adquirido una sabiduría a lo largo de su vida que le permite tener numerosos recursos en cualquier tertulia. Solemos encontrarnos sin premeditación, en muchas ocasiones simplemente llamándonos por teléfono para acordar un punto de encuentro prácticamente inmediato.
No es un hombre excesivamente feliz, como es lógico, y tiene cierta propensión a la depresión, pero se ha construido un mundo a la medida de ese declive que le va sometiendo poco a poco y así consigue ir superando, y hasta diría gozando, tanto de sus pesadumbres como de sus alegrías.
Le gusta escribir, ahí somos coincidentes en el placer de hacerlo, y se ha propuesto relatar sus memorias.

No sé si es plenamente consciente o quizá se auto-engaña al creer que el motivo de hacerlo es una especie de tributo que dejará a sus hijos para que conozcan esa parte de su pasado que le hace sentirse orgulloso de haber sido un ser atípico, gran coleccionista de emociones y vagamente aventurero. En realidad lo hace para sentirse vivo, para poder seguir creyendo en él mismo, para rencontrarse con los momentos más significativos de su pasado y por esa satisfacción que siempre proporciona jugar a controlar las palabras como si fuéramos dioses capaces de crear.
Cuando conversamos tenemos la satisfacción de querer escucharnos procurando entender y comprendernos, y aún paseando por el filo de lo que en otros sería aburrimiento, por aquello de estar casi siempre de acuerdo, hemos conseguido que en absoluto sea éste nuestro caso.
He recibido un escrito de él como si fuera un pequeño retazo de esas memorias, y creo que debe saber todo lo que valoro su esfuerzo por hacerlo, y creo que debe saber que considero extraordinario su intento de no tratar de vivir de los recuerdos sino de obtener deleite en poder evocarlos.
Javier está al tanto de que el intento de escribir unas memorias tiene el peligro de que las imprecisiones e inexactitudes, consecuencia de la lejanía en algunos evocaciones y su paso por el tamiz de nuestro particular cerebro, pueden arrastrarle a tener valoraciones subjetivas de los sujetos que han compartido o pasado por su vida que den lugar a malinterpretaciones.
Esto, que en la mayoría de los casos pudiera no ser importante, porque esa persona siguió un camino muy distante, en cambio es primordial si afecta a los que actualmente son nuestros allegados, los que más queremos y más nos importan. Por eso hay que saber tratar las confidencias con delicadeza, no vaya a suceder que nuestra pretensión de ser sinceros se enfrente fatalmente con un punto de posible traición a la confianza que en nosotros depositó alguien. ¿Cómo se conjuga discreción y espontaneidad? Seguramente lo más interesante de una vida, a vista de los otros, es lo más comprometedor bien para uno mismo o para alguien querido.
También está la eterna duda de hasta donde llegar en el relato de episodios que por su esencia lúdica o sexual tengan aún gran capacidad de herir a su actual compañera, éste es un peaje difícil de asumir.
Y ese primordial tema le intranquiliza, pues ese espíritu que le impulsa a escribir no distingue entre lo conveniente y lo interesante. Nada es lo mismo cuando uno se descubres mirándose hacia dentro repetidamente, pues las huellas de pasiones antiguas retornan turbadoras. La vida actual carece de ese algo capaz de sacudir y ejercer como un aliciente que consiga reafirmar y alimentar el mortificado ego.
Así, se van de nuevo aunando los pedazos de uno mismo que fueron disgregándose con el paso de los años, que al escuchar siempre las mismas voces nos modulamos a ellas y acomodamos la vida a conductas cotidianas y repetitivas. El entusiasmo brilla cada vez más tenue y difícilmente se encuentra otra salida que no sea retornar a la memoria marchita.
Siempre hay que tener en cuenta que no podemos engañarnos y que siempre se escribe para ser leído.




Javier, sé lo que crees haber perdido, amigo, sé lo difícil que es romper con lo que siempre fue el eje de tu historia, de tu existencia. Ahora, en ese espacio nuevo que has delimitado y determinado como tierra conocida y estable, entre esa niebla que ensombrece un tesoro que parece no tener el fulgor que nos da cada nuevo descubrimiento, ahí, has conseguido algo que te salva y que se define con sólo una palabra: humanidad.
El tiempo siempre es el triunfador, pero después de extinguirse una emoción hay un ápice de la eternidad que queda en nuestro poder y nadie podrá arrebatarnos su propiedad mientras sigamos latiendo. Cuando perdemos de vista lo bello, el vacío que nos queda es tan grande que la búsqueda para reencontrarlo nunca concluye. En cierto sentido la añoranza nos sirve para recuperar por momentos una pequeña parte de lo perdido y la soledad, esa dama que nos acompaña cada vez con más frecuencia, puede llegar a ser, a veces, muy amigable.
Hemos de defendernos del ataque del reloj, que usa las manecillas como lanzas hirientes de tedio; nuestra mejor defensa es olvidar el tiempo y su cadencia con todas las pasiones y aventuras que podamos acercar a nuestra vida, o al menos ser capaces de inventarlas; por eso tus memorias debieran transformarse en novela para así permitirte de los atrevimientos y fantasear. Sinceramente creo que yerras al no creerte capaz. Escribes cojonudamente bien y eso es lo importante. Un abrazo.

Aquí os dejo una pequeña parte de la carta que recibí de Javier:

“Le cuento que estoy escribiendo mis fragmentos de recuerdos para salvarlos de la desmemoria pero él considera que es una tarea aplazable y sin sentido (si me apuras), es como cerrar el círculo de la vida si se ciñen a contar la verdad ¿a quién le puede interesar mi vida aunque tenga algún capítulo interesante? ¿Se puede escribir lo que verdaderamente te entusiasmó, o te hirió, con impunidad? Tarea imposible, inconveniente incluso: hundirte en el pasado, escarbar para encontrar las calaveras de lo que fue un hermoso rostro, hurgar en las heridas, añorar anterioridades…¿no sería mejor, Javier, escribir una novela donde no tengas que ajustarte a lo vivido y poder inventar , recrear, fantasear, huir de la realidad, no comprometerte y no comprometer?
-No me siento capaz, pero es posible que tengas razón.”


http://memoriasdesfragmentadas.blogspot.com/
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