30 octubre 2008













Fascinación

Liviana como el aire en un sueño, flexible como un junco altivo, girando ante mí como una sensual peonza con silueta de Afrodita, era ola ardiente bailando en un mar de ascuas, su piel brillaba destilando el sudor más incitante, su mirada era fuego y estaba tan hermosa como una orquídea capaz de cobrar movimiento
…y yo, inmóvil, completamente mudo de asombro.


Sus piernas, selváticas como carreteras invadidas por la exuberancia de la jungla, desprendían la más pura esencia de la danza, firmes como acantilados, suaves como la luz de un fanal al amanecer; si mis ojos existían, si tenían algún sentido era sólo para poder visionarla, mi boca codiciaba el frutal de sus labios, mis manos deseaban explorar los secretos refugios de su piel.
Levantaba su falda acompasando cada movimiento y dejaba entrever sus muslos alevosos, su braga blanca como mediodía luminoso. Convulsionaba su cuerpo poseída por un duende íntimo, sin mirar nada definido, ida y bella, con esas sombras ensortijadas en el rostro provocadas por su cabello liberado de cualquier yugo, zapateando el tablao con la rabia y la furia de una fiera herida, abrasada por un deseo indefinible
…y yo fascinado.


Con un felino salto abandonó el escenario y dirigiéndose hasta la fuente se adentro en sus aguas sin dejar de bailar, al contacto húmedo su cuerpo resaltó como un relámpago revelando parte de una desnudez indómita presentida bajo la ropa, se rasgó la camisa y uno de sus pechos broto como un milagro, sus brazos inventaban rezos paganos con la fogosidad de un simulado y ardiente abrazo, era como entrar en un paraíso de pasión, un salvavidas repentino apareciendo al lado después de un naufragio
…y yo loco de amor,
desperté.
Y ese despertar fue tan placentero como la tregua pactada después del orgasmo
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09 octubre 2008

Aquí
















Hay un silencio recio contemplándose a sí mismo, viene desde la insondable profundidad de la memoria imposible, rememorando el principio de todo, regresando desde lo que pudo ser antes del nacimiento; un silencio que procede de un destierro anterior al existir.
Aquí, bañado por algunos rayos de sol como un regalo inesperado que me ofrece este día, ojeando un libro heredado de mi padre y que sostengo suavemente con la mano izquierda (una vieja edición del año 29 del pasado siglo, el segundo tomo del “Así hablaba Zaratustra”) y palpando sus desteñidas y amarillentas hojas con el placer de un espontáneo hedonista, leo ensimismado en su portada esa conocida leyenda que reza: un libro para todos y para nadie.
Aquí, sentado frente a mi amado limonero, percibo un universo distinto al habitual, un tiempo teñido por una nueva cadencia que se desliza con la sedosidad de lo trascendente y casi en el límite con lo inexistente, e imagino el lento galopar de los segundos sin estridencias, apreciando con que facilidad y precisión siguen llevándose rio abajo el agua de la vida.
Aquí, asimilando esa comilona indigesta que es la ciudad ensordecedora e intentando calmar la mordedura de la urbe atenazante e implacable, nutro a mi piel de un sol callado y dócil mientras lo disfruto como si su espectáculo hecho de luz cálida y quieta me atrapara con proyección eterna. Más allá o más acá (sí es que fuera capaz de mirarlo desde mi propio centro) estás tú, amor, y también vosotros, los que me leéis, vagamente estáis como vela encendida y difusa, mis invitados lejanos, improbables creadores de encrucijadas.
Me es fiel esta tenue felicidad, se encariña uno con ella mientras van apagándose las otras, relegando sus vestidos de gala al fondo del arcón de los escepticismos.
Muy cerca, el mar, batiendo olas esperanzadas, mostrando lo inmenso de la simplicidad, siendo confesor secreto y juicioso, ni una ola de más para acallar mi voz. Lo que me va sobrando en cada mudanza él lo arrastra a sus profundidades, sin enigma ni misterio alguno, sin desprecio ni veneración, como padre y madre al tiempo, sometiendo la pena y la tristeza a su dominio azul.
Siempre fue la mar mi amiga, dejándose querer en cada crepúsculo, en cada noche insomne, la busco como busco a la mujer, persiguiendo su corona espumeante de olvido, aunque su indulgencia lúbrica siempre la he exagerado y de repente asoma el arrecife desolado, el ser humano que cobija los mismos miedos y angustias que yo mismo.
Aquí, en soledad admitida, refugiado de la tempestad espesa, soy un ave usando plumas de la más negra tinta, describiendo este enjambre desorientado, este hervidero roto en abejas ciegas y desmemoriadas.
De aquí al desenlace no hay más que un solo paso y su inicial la puedo contemplar fácilmente, está impresa en mi mano, en su palma premonitoria. Sin embargo, hoy no le haré reverencia alguna, que cierta amable paz y el releer una vieja carta apasionada, consiguió cubrir con un velo de pétalos rosados cualquier inconveniencia que de improviso pudiera resurgir en mi mente.

La evidencia de andar entre luces y sombras…

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