31 agosto 2007













Huidas y abandonos

Hace unos días, en la madrugada, me desperté turbado. Abrí los ojos cuando todo callaba y me sentí incomprensiblemente desolado por la ausencia, por la falta irremediable del cisne huido.

Con el clima disparatado e imprevisto anunciando la próxima llegada de ese otoño, casi siempre espesante del fluido espíritu veraniego que tanto aprecio, prende un rescoldo de incertidumbre con aroma ambiguo y un amargor inédito que no ha de restaurarse a familiar por mucho empeño puesto. Ni, indudablemente, tampoco será el atisbo de una postergada alborada, posibilidad que se adentra en el reino de la quimera.

El paso del tiempo enturbia el paisaje que abarca la retina pero, pensé, tal vez muestre el fiero y astuto lobo la postrera dentellada de la sabiduría, y es que la esperanza no es palabra vacía aunque tampoco alimento imperecedero.
Los ojos, en lo oscuro de la estancia, juegan a escudriñar los pensamientos con la inclemente mirada interna que provoca la danza musaraña, la esquiva telaraña que atrapa los insomnios. La noche se eterniza.

Un ciclo en la vida podría ser un año, su final podría ser el del verano, o acaso la herida que cierra, o quizá la hoja que cae, o tal vez la estela del barco que se borra a la par que lo engulle el horizonte.
Un ciclo debiera ser el principio de un nuevo círculo, la esfera de la vida iluminando esa noche insomne donde los párpados terminan cerrándose sin apenas advertir el justo momento de retornar al sueño, de volver al limbo.

Pero al despertar, con la mañana que se antojaba esquiva, cayó sobre mí la losa de la noticia que anunciaba la muerte de Paco Umbral.
Él, que parecía pasar por la historia como un ala visionaria, situando sus crónicas en los aledaños de lo inmortal. Él, que conoció la miel y los lamentos, que fue dejando en el camino los amigos caídos para desempolvar de su, a veces, traicionera memoria miles de historias recorridas desde su inigualable prisma.
Paco Umbral, que me acompañaba con el fruto de su inclemente pluma en algunos de esos desvelos, como el de está noche extraña en que sentí esa fuga.
Amigo, desde mi escepticismo hasta el tuyo te dejo este saludo para que la nada lo engulla. Nunca creíste en eso de la posteridad pues como bien sabías ya no te existe, y es por eso que lo que escribo no ha de ser otra cosa que un saludarme a mi mismo, una despedida con el sombrero en mano para poder sentirme aún vivo y capaz de glosar aún los falsos infinitos donde mora tu sombra y tu recuerdo.

Ya nos abandonó tu siglo XX definitivamente, está casi olvidado su tiempo inmenso en contrastes, destructivo y creador, conquistador de lunas, de mares, de universos, ya van quedando algunos cadáveres retirados en los ribazos del camino, ya la altivez desfallece y encorva, ya el ánimo apasionado recrea su abandono.

Y seguimos por aquí...demos gracias, si acaso somos agradecidos, al dios de cada uno, demos gracias al dios atómico, al electrón que gira, a la firme y ordenada molécula.
Y seguimos por aquí siempre dispuestos al movimiento que nos lleve a la nada, a la feliz inexistencia, a la esperada inesperada que abraza con una dulzura inimaginable.

“Nací para jardines desolados, para claustros con poeta solitario y con ciprés, y aunque he vivido en la más populosa y urgente estación de metro, cruzando las ciudades por debajo, por la entrepierna, creo que de alguna manera se ha consumado mi sueño de pureza, de soledad, de paz inmóvil” Paco Umbral

(Éste, tu abandono, si me cogió desprevenido enfrascado, como estaba, en la lectura del que no imaginaba sería tu último libro: “Amado siglo XX”)