01 mayo 2010
















De humanos y vegetales

Ayer me recibió mi ego con un:
¡Bienvenido de nuevo al club de los suspicaces, un lugar donde lo incuestionable se encuentra en el fondo del despeñadero de las dudas!
Y como no hay mayor emoción que la que provoca estar al borde del desastre, o paseando por las cercanías de un precipicio enredado en buscar un sentido al concepto de “la nada”, me dije:
¡Viva la concupiscencia de lo impuro y de lo desvirgado sin sufrimiento, en pura alegría!, y me quedé tan pancho.
Ya Ciorán, maestro en reflexionar sobre la amargura y el desasosiego, dejó escrito:
“La condición humana es una estafa, burlémosla haciéndonos vegetales “
Qué decir… descubro mi sombrero ante esa capacidad suya de bucear en un mar muerto con los ojos abiertos a la vida, aún anhelando transmutarse en hortaliza.
Y ahora, desembarcando con un adiós, me adentro nuevamente en mi jungla incierta, volviendo otra vez a rebuscar en la hojarasca.
Eso sí, con mi retina eternizando esa esencia de lo bello e inviolable que la fotografía del encabezamiento de este escrito tan bien refleja.

05 marzo 2010














La felicidad en un punto y seguido

Era una noche teñida por ese misterio en el que una mujer atractiva se mece sin poderlo evitar. Descubrí en su rostro el resto de una ternura añeja que parecía engendrada después de algún naufragio. Sobre el oleaje de su mirada, sedosamente, se fue restituyendo un paisaje perdido tras algún fracaso, la luna era ya un tenue destello en sus ojos.
Le dije: Mil poemas te escribiría si con ellos recuperaras la curva alegre de tu boca.
Y le hablé de la inconsistencia de la felicidad, siempre escapando como un preso en fuga irremediable, también del hambre de búsqueda que nunca aplaca, y de la luz cenital que constantemente nos alumbra aunque sea tan sólo para facilitarnos el siguiente paso.
Ella fue desanudándose como sólo se consigue si aflora el deseo, olvidando la turbiedad de sus desmembramientos anteriores, y a punto del desboque se hizo, se creó transparente, cálida, seductora, embriagante.
La soledad fenece en ese instante, la pisada reconoce su huella, la intención alcanza su final feliz, con la sencillez de lo inevitablemente, ávidamente animal. Mientras dura, el ensayo de esa unión inexpugnable logra redimirlo todo.
Y ahí, en ese lugar fuera de tiempo, pude palpar el origen de su arcano misterio femíneo, ahí donde el silencio compone su sinfonía incruentamente carnal; como si los labios fueran exploradores adentrándose en el enigma, en la raíz de la existencia, en su único sentido piramidal y hueco.
La nada es, repentinamente, lo importante, lo vital, lo único. Es suficiente cristalizarse en un beso para abrazar la nada y su impávido descanso, por eso el hombre sólo se eterniza en el momento, paradójicamente. Para la raza humana, lo eterno reside en algo tan fugitivo y transitorio como es la culminación de su deseo sexual.
Sin duda lo bello ciñe por la cintura a esa fugaz infinitud, el gesto en el amor, su amor concedido, se torna sabiamente hermoso, y ostentosamente crece, redondea su materia incorpórea. Una esencial presencia olvidada reaparece, toma el mando en este viaje impensado. Las manos vibran al son del abandono, canalizando la piel con surcos suaves, con leves y delgadas caricias temblorosas. Al fin, acompasados, redescubrimos una cumbre fogosa que ir escalando de la mano de una recíproca sonrisa epidérmica que nos atrapa en su horizonte aleante. Nuestras células también reconocen ese "ahora" imperioso, hacen su cometido con la voluntad de un fiel soldado. El cerebro, mientras tanto, relaja, sosiega cualquier actividad cercana a lo hostil.
Se consigue ser feliz en el abandono y dejando actuar con naturalidad el dominio liberador del instinto, en la recuperación de la rebeldía selvática y esencial.
Punto y seguido…

08 febrero 2010

















Tonos grises

Es un día yermo.
Al despertar un vacío preside la estepa de mi existencia y un lívido fantasma se presenta, de nuevo, en la luna del espejo; los pelos de la barba, tan a la suya, no distinguen los estados de ánimo, crecen indiferentes, incansables.
Escruto en los proyectos y parece que continúan nublados, la suma de inquietudes da resultado cero.
La alternativa, si la hay, se dibuja en el catre, que pareciera pedirme retornar a la huella dejada por mi silueta tras la noche durmiente.
Invadido por un cierto cansancio crónico me cubro con un ropaje cómodo, y sigo con la ya habitual mecánica de activar mis movimientos apresurando mis pasos en dirección al centro de la nada. Hoy tampoco parece querer acompañarme una nueva melodía, se ha confinado la música diurna en algún rincón oculto.
¡Qué poco emocionante se presume la mañana! No tendré maravilla ni asombro, tan sólo algunos papeles estacionados, pendientes y abandonados a su propia inercia. Es el regreso a la rutina corrosiva.
Este hundirse lentamente, como piedra lanzada contra el lodo producido por las últimas lluvias, sin encontrar motivo alguno para querer ni desear evitarlo, con el único caudal de este despertar grisáceo, reflejo del como soy: un ser simple enraizado y teñido en y por ese gris melancólico. Susceptible e incapaz, en estos días, de descubrir en la paleta más colores para mezclar que el negro y el blanco. No hay pincel prodigioso que capacite para poder pintar un arco iris con tan inflexibles colores.
Falto de adjetivos animosos, influido por estropajos de ideas, por dunas de estiércol poblando las playas íntimas, otrora bellas, y con la desesperanza de las tardes sombrías, suena este invierno como un violonchelo desafinado que va deslizando sus mudanzas desde la médula hasta unas piernas paralizadas por el desánimo.
Son esos grises verdugos de los poemas antes de concebirlos, plomo embarrado cargando de pesantez las idealizadas salinas blancas.
Conversando conmigo mismo, así, acompañado de un paisaje rebosante de quietud funesta, especulo y fantaseo con la fragilidad de esta espera, al acecho de lo imprevisible, desde la atalaya herrumbrosa de esta jornada desértica.
Por suerte, pienso, nadie acaba irreversiblemente en hoja muerta y silenciosa mientras exista el viento, pues así como no es capaz de escuchar nada la sorda piedra que desenterró el arado, ni laten o gritan los terrones pardos y sedientos tras su paso, el agua sigue fluyendo, corre y alcanza…
Tal vez sea mañana cuando, como en un campo de vistosos trigales, renazcan los bisiestos aromas, sestee la negrura en algún que otro verde y dormite la tristeza, de nuevo, en su apático lecho.
Si algo sé es que sólo el poder de un nuevo estimulo puede llevarnos hasta el regocijo, hasta el logro placentero del descubrimiento. La ilusión de poder recrearse es un exclusivo don tan individual como esperanzador.
Y ahí estoy, empapado voluntariamente por un imaginado chaparrón e intentando el esbozo de una tibia sonrisa deliberada.