02 agosto 2011













10.-
Gran almacén, sección lencería. Para nuestro aniversario buscaba una prenda prodigiosa capaz de hacerme recobrar el deseo.
Vi a Laura y su turbación al advertir mi presencia, iba acompañada por su marido e hija. De repente la niña susurró al padre alguna urgencia y ambos se esfumaron.
Después de elegir una prenda íntima se dirigió al probador, fui tras ella y entré decidido. Juntos recobramos nuestro paraíso durante unos minutos, luego, sin palabras la vi alejarse, tan distante en la vida, tan ligada a mi piel.
Mi mujer nunca sabrá por qué esas braguitas azul celeste que le regalé me excitan tanto.


11.-
Al salir dio un monumental portazo haciendo caso omiso a los feroces gritos provenientes de interior de la casa. Ojos en las ventanas, lluvia hostigando, faros deslumbrando y una última y breve mirada orientada hacia los visillos blancos. Le esperaba la próxima estación, atrás tan sólo quedaba el cieno después de nueve años y dos hijos. Le acompañaban mentalmente tres sencillas letras: Fin.


12.-
Su decisión era una osadía pasando por encima del destino. Volvió a rasgarse el brazo con la cuchilla mientras el agua brotaba purificadora, férvida. Sus ojos estaban anhelando ya la clausura, el tocadiscos esculpía en el espacio el quinto movimiento de la segunda de Malher. Por vez primera en su vida escuchó el sonido de la luz, existía ese sonido, ahora sí, y sólo para él, el universo se fundió en un blanco infinito.
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15 julio 2011












7.-
Quien no sea capaz de matar, no siga leyendo. Quien no conozca de este continuo y maléfico eco aleteando en la mente, detenga su vista. Quien, con sus propios ojos, no identifique una escapatoria como la boca de una mina en el derrumbe, absténgase e ignore la hoja de este cuchillo que es una liberación. Y que piense en este carmesí intenso cubriendo mis manos tan sólo como un montoncito de delicados pétalos de rosa.


8.-
Él, sin ningún decoro, deslizaba la lava de su mirada por cada una de sus curvas mientras ella sentía crecer el poder del deseo y consideraba la posibilidad de abandonarse. El arrebato era irrefrenable y follar sin mediar palabra la excitaba. Su marido roncaba en el salón, la noche era clara, cálida. Alzó su falda brindándole el culo desnudo que era otra luna llena. Concentrados en su pasión sonó un chirrido al entreabrirse la puerta. El gato les provocó un orgasmo fulminante, inolvidable.


9.-
El aire que entraba por el pequeño orificio no lo mantendría consciente más que unos minutos, le costaba respirar con normalidad. Aún así debía mantener la calma, no tardaría en llegar la asistenta para librarlo de este encierro fortuito. Decidió ir contando los segundos, ella llegaba a las 9, que ya debían ser, y todo resuelto. Le sobresaltó el timbre, saltó el contestador. -Don Roberto, soy Chelo, le llamo para decirle que me retrasaré ¿dónde está?
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20 junio 2011












4.-
Viajaba en el metro y nada más verla recibí la penetrante daga de su mirada, súbitamente recobré una emoción para mí muy común en otros tiempos. Tras un par de minutos pensé: la atracción es irracional por eso aún se agita mi corazón ante una belleza. Y es posible ¿por qué no? podría estar sucediéndole algo similar a ella; resulta tan hermoso imaginar a mis sesenta años ser amado por una treintañera.
Sigue mirando insistentemente, se levanta y parece que se dirige a mí.
-Caballero, por favor siéntese en este asiento, yo soy joven…


 5.-
Se les olvidaba la voz cuando estaban juntos, temían perder el lenguaje hablado, que ya no consideraban necesario, pues si escapaba algo de sus labios eran suspiros, susurros que sólo ellos entendían. Era esto lo sublime de su amor, tras el turbio cristal de las palabras, creaban un nuevo idioma elevado a la potencia infinita, un ensayo a la busca del paraíso.


6.-
Mi piel sabe escuchar la tuya, ver limpiamente los poros de la tuya, te huele en el silencio, en la penumbra. Mi piel no sólo es tacto ni caricia o seda, es fusión de rocíos para nuestras nostalgias, y sobre todo es escalofrío, el perdón de todos los pecados de mi desorden.
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22 enero 2011












Sobre la razón para el gozo

Hay una vertiente temporal que nos arrastra sin remedio con un movimiento imposible de interrumpir, aunque sí disfrazar con ilusorias metas, o mitigar procurando conseguir ser y vivir en presente; así, tal vez, es factible lograr abandonar el vacío del futuro en algún lugar alejado del pensamiento. Ejercicio éste, que de conseguirlo, al menos nos salva de obsesiones trascendentales.

Epicuro creía en el placer como principal fuente de felicidad y no le quito razón en la creencia, si bien esa es una felicidad tan efímera como el vuelo de una piedra lanzada hacia el firmamento, aunque, bien mirado ¡qué importa esa fugacidad mientras nos complazca!

El accidente casual por el que estamos vivos, suma de circunstancias irrepetibles, es algo irrelevante en el conjunto universal, aún así la permanente impresión de ser centro de todo nunca nos abandona.

Pero no se hace la luz mientras vivimos y ni siquiera en el momento anterior a cuando desaparece la conciencia de ser, en ese instante precursor del “no existir”, tampoco la clarividencia nos florece. Esto debiera revelarnos el verdadero significado del concepto de “infinito” referido a nuestra ignorancia; la existencia es una suerte basada en un inmenso fraude que nos hacemos a nosotros mismos estando, además, en nuestra desgracia, incapacitados para salir de él.

Así, la felicidad, sólo posible alojada en el instante, tiene como amenaza permanente el temor a la perdida, y ese miedo indeliberado es el provocador de su propio auto-canibalismo, de su propia destrucción intrínseca.

Llegados a este punto, el deleite y sus múltiples variantes se manifiestan como importante razón para encontrar sentido a todo. El gozo como principio y fin, lo primario asumiendo la labor de fortaleza o coraza protectora contra el sinsentido. Si el placer parece elevarnos desde la insignificancia hasta la plenitud del abandono a nuestros sentidos, su ausencia nos arrincona de nuevo en nuestra insuficiencia particular, en nuestras sombrías carencias.

A veces a uno se le ocurre un subterfugio tan vano como bienhechor. Sabemos que no es fácil dejar de especular con el intento de encontrar un remedio a la terrible desazón de la vejez existencial; pero, quizá sería posible acomodarse en el espigón más cercano sin otro objetivo que el de mirar insistentemente al horizonte o al mar, y así olvidar la temporalidad e incluso las ideas, sean estas nihilistas, místicas, creacionistas o simplemente cínicas; porque desde ese espigón contemplativo pierde importancia la vorágine y se acrecienta el placer por la vaguedad, por el “nada hacer” hasta el fin.

La visión del tiempo que no espera, aventajando con su celeridad a la propia memoria y a la quebradiza voluntad, incapaz de mantener nada en el presente, es un proceso salvaje y sin doma posible capaz de someterlo. De hecho tan sólo existe una manera de cerrarle el paso: la muerte. Esa es el único medio para lograr salir de su camino interrumpiendo toda su influencia devastadora.

Sólo ese otro poderoso afán presente en el ser humano, la atracción por experimentar o aventurarse, consigue arrinconar la tentación de abandonarlo todo. La hipotética mano ingeniera parece que tuvo muy en cuenta este simple mecanismo de balanzas, posiblemente con el objetivo de mantener un equilibrio capaz de asegurar que el juego de la vida siga su curso.