14 noviembre 2008














Encuentro inesperado

Deambulaba por la ciudad meditabundo y se dio de bruces con aquella capilla escarbada en una roca que le pareció totalmente fuera del entorno urbanístico, era como la entrada a una dimensión que ya hubiera visitado en alguna ocasión o acaso en otra vida. Una anciana rezaba arrodillada con la vista fija en una cruz espartana.
Le pareció demasiado fácil confesar sus inquietudes a un dios ajeno a sus creencias, no resultaría, estaba seguro, aún así entró y se sentó en uno de los banquitos de madera, primero miró por encima de la cruz, fijo sus ojos en la pequeña grieta que hería la pared superior y se dijo que igualmente podría dirigirse a la misma en vez de a ese otro símbolo tan utilizado.
Y se le liberó algún oculto demonio interno…


Dios que soy yo -pensó- te hablaré sin hablar pues bien nos conocemos a pesar de todos esos muros que han ido interponiendo en nuestras charlas: doctrinas, credos, religiones nefastas. Dios que me provocas ruido en el alma, angustia en la simple contemplación del horizonte gris del porvenir, vértigo en esa noche que emerge y me extravía, que me descubre desolado y perdido, estremecido por una ceguera repentina. Dios que has sido el éxtasis, el derroche, el engaño de creerme acompañado, la ruina de un ser que a veces flota en su propia miseria, y otras veces en su estridencia, en su júbilo, en su sueño de muerte. Dios bárbaro como lo es mi ignorancia, tan capaz de aventurar las tropas en batallas perdidas, eco de mi propia estupidez, de todas esas dudas que son cordilleras escarpadas rodeando el valle de mi presencia viva, cual misterio, cual llanto, cual espina; siempre abrazado a tu contrasentido, al mío, por eso me escabullo, huyo de ese escenario en el que nunca tienes (tengo) el valor necesario para saltar al vacío, para romper cada cántaro, uno a uno, escampando su arena, sus fragmentos de barro, y así, lograr que mi cuerpo quebrado, inalcanzable, se recomponga en sol, en agua, en aire, en línea recta y muerta, que mi mente descanse en el blanco perfecto y silencioso de la mudez caída. No, no quiero ya ser yo y dios, no quiero verme centro, es mejor agonizar en niebla callada, irrazonable, vana, no pensar, olvidar esa esfera feliz que invadí en algunos momentos. Locura de piel, que también se cree dios, locura de deseos, que no duda en creer con la ineludible devoción incorporada: Mujer, rosa que hiere, que aroma los misterios, que disfraza de firmamento los huecos de ventanas…

Sí, dios que soy ese yo, único e irrepetible y con poder supremo sobre mis decisiones, hablamos pocas veces, como quienes todo conocen del interlocutor, pero hoy es urgente desatar nuestras lenguas encubiertas.
Humano dios, como lo es cualquiera, que se deja avasallar por una dolencia que transmuta eternamente, que quema y angustia hasta el punto de obligar a salir en búsqueda de alivio, de un bálsamo que mitigue la desazón que es carecer de una mitad, como si fuera cierto que existe esa otra parte que encaja en este vacío tan innegable.


De repente ya todo vuelve al cauce, sigues ahí, sabiendo que en unas horas estarás de nuevo frente al televisor, escuchando su trino metálico fundido en mezcolanza con imágenes (es ese un portento que siempre te embelesó). Miras alrededor, apático, y vuelves a pensar que no hay espanto perenne, esperando el después, pues sabes que habrá un después, así como sabes que volverá ese pago aplazado inexcusable, será en un encuentro fortuito, al salir del cine, del teatro o al pasear solitario atravesando un parque, y el detonante una sonrisa, una mirada lanzada contra tus ojos con la más provocadora de las intenciones, o con la inocencia de quien no imagina, o tal vez todo será un fruto enfermizo de tu achaque de búsqueda.


Repentinamente se diluyeron sus pensamientos, alguien había franqueado la entrada y aunque habló para sí con voz callada, como suele utilizarse en los lugares de culto, resonaron sus palabras con una singular agudeza: era un cura con sotana.
Es la señal, pensó, ya seguiremos hablando otro día, se levantó y huyó de la capilla.

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30 octubre 2008













Fascinación

Liviana como el aire en un sueño, flexible como un junco altivo, girando ante mí como una sensual peonza con silueta de Afrodita, era ola ardiente bailando en un mar de ascuas, su piel brillaba destilando el sudor más incitante, su mirada era fuego y estaba tan hermosa como una orquídea capaz de cobrar movimiento
…y yo, inmóvil, completamente mudo de asombro.


Sus piernas, selváticas como carreteras invadidas por la exuberancia de la jungla, desprendían la más pura esencia de la danza, firmes como acantilados, suaves como la luz de un fanal al amanecer; si mis ojos existían, si tenían algún sentido era sólo para poder visionarla, mi boca codiciaba el frutal de sus labios, mis manos deseaban explorar los secretos refugios de su piel.
Levantaba su falda acompasando cada movimiento y dejaba entrever sus muslos alevosos, su braga blanca como mediodía luminoso. Convulsionaba su cuerpo poseída por un duende íntimo, sin mirar nada definido, ida y bella, con esas sombras ensortijadas en el rostro provocadas por su cabello liberado de cualquier yugo, zapateando el tablao con la rabia y la furia de una fiera herida, abrasada por un deseo indefinible
…y yo fascinado.


Con un felino salto abandonó el escenario y dirigiéndose hasta la fuente se adentro en sus aguas sin dejar de bailar, al contacto húmedo su cuerpo resaltó como un relámpago revelando parte de una desnudez indómita presentida bajo la ropa, se rasgó la camisa y uno de sus pechos broto como un milagro, sus brazos inventaban rezos paganos con la fogosidad de un simulado y ardiente abrazo, era como entrar en un paraíso de pasión, un salvavidas repentino apareciendo al lado después de un naufragio
…y yo loco de amor,
desperté.
Y ese despertar fue tan placentero como la tregua pactada después del orgasmo
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09 octubre 2008

Aquí
















Hay un silencio recio contemplándose a sí mismo, viene desde la insondable profundidad de la memoria imposible, rememorando el principio de todo, regresando desde lo que pudo ser antes del nacimiento; un silencio que procede de un destierro anterior al existir.
Aquí, bañado por algunos rayos de sol como un regalo inesperado que me ofrece este día, ojeando un libro heredado de mi padre y que sostengo suavemente con la mano izquierda (una vieja edición del año 29 del pasado siglo, el segundo tomo del “Así hablaba Zaratustra”) y palpando sus desteñidas y amarillentas hojas con el placer de un espontáneo hedonista, leo ensimismado en su portada esa conocida leyenda que reza: un libro para todos y para nadie.
Aquí, sentado frente a mi amado limonero, percibo un universo distinto al habitual, un tiempo teñido por una nueva cadencia que se desliza con la sedosidad de lo trascendente y casi en el límite con lo inexistente, e imagino el lento galopar de los segundos sin estridencias, apreciando con que facilidad y precisión siguen llevándose rio abajo el agua de la vida.
Aquí, asimilando esa comilona indigesta que es la ciudad ensordecedora e intentando calmar la mordedura de la urbe atenazante e implacable, nutro a mi piel de un sol callado y dócil mientras lo disfruto como si su espectáculo hecho de luz cálida y quieta me atrapara con proyección eterna. Más allá o más acá (sí es que fuera capaz de mirarlo desde mi propio centro) estás tú, amor, y también vosotros, los que me leéis, vagamente estáis como vela encendida y difusa, mis invitados lejanos, improbables creadores de encrucijadas.
Me es fiel esta tenue felicidad, se encariña uno con ella mientras van apagándose las otras, relegando sus vestidos de gala al fondo del arcón de los escepticismos.
Muy cerca, el mar, batiendo olas esperanzadas, mostrando lo inmenso de la simplicidad, siendo confesor secreto y juicioso, ni una ola de más para acallar mi voz. Lo que me va sobrando en cada mudanza él lo arrastra a sus profundidades, sin enigma ni misterio alguno, sin desprecio ni veneración, como padre y madre al tiempo, sometiendo la pena y la tristeza a su dominio azul.
Siempre fue la mar mi amiga, dejándose querer en cada crepúsculo, en cada noche insomne, la busco como busco a la mujer, persiguiendo su corona espumeante de olvido, aunque su indulgencia lúbrica siempre la he exagerado y de repente asoma el arrecife desolado, el ser humano que cobija los mismos miedos y angustias que yo mismo.
Aquí, en soledad admitida, refugiado de la tempestad espesa, soy un ave usando plumas de la más negra tinta, describiendo este enjambre desorientado, este hervidero roto en abejas ciegas y desmemoriadas.
De aquí al desenlace no hay más que un solo paso y su inicial la puedo contemplar fácilmente, está impresa en mi mano, en su palma premonitoria. Sin embargo, hoy no le haré reverencia alguna, que cierta amable paz y el releer una vieja carta apasionada, consiguió cubrir con un velo de pétalos rosados cualquier inconveniencia que de improviso pudiera resurgir en mi mente.

La evidencia de andar entre luces y sombras…

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18 septiembre 2008















MI AMIGO JAVI

A Javier lo conozco desde hace bastantes años. Es un amigo fuera de lo común, destila seducción y no sólo con las mujeres. Sabe conversar con una exquisita amenidad y ha adquirido una sabiduría a lo largo de su vida que le permite tener numerosos recursos en cualquier tertulia. Solemos encontrarnos sin premeditación, en muchas ocasiones simplemente llamándonos por teléfono para acordar un punto de encuentro prácticamente inmediato.
No es un hombre excesivamente feliz, como es lógico, y tiene cierta propensión a la depresión, pero se ha construido un mundo a la medida de ese declive que le va sometiendo poco a poco y así consigue ir superando, y hasta diría gozando, tanto de sus pesadumbres como de sus alegrías.
Le gusta escribir, ahí somos coincidentes en el placer de hacerlo, y se ha propuesto relatar sus memorias.

No sé si es plenamente consciente o quizá se auto-engaña al creer que el motivo de hacerlo es una especie de tributo que dejará a sus hijos para que conozcan esa parte de su pasado que le hace sentirse orgulloso de haber sido un ser atípico, gran coleccionista de emociones y vagamente aventurero. En realidad lo hace para sentirse vivo, para poder seguir creyendo en él mismo, para rencontrarse con los momentos más significativos de su pasado y por esa satisfacción que siempre proporciona jugar a controlar las palabras como si fuéramos dioses capaces de crear.
Cuando conversamos tenemos la satisfacción de querer escucharnos procurando entender y comprendernos, y aún paseando por el filo de lo que en otros sería aburrimiento, por aquello de estar casi siempre de acuerdo, hemos conseguido que en absoluto sea éste nuestro caso.
He recibido un escrito de él como si fuera un pequeño retazo de esas memorias, y creo que debe saber todo lo que valoro su esfuerzo por hacerlo, y creo que debe saber que considero extraordinario su intento de no tratar de vivir de los recuerdos sino de obtener deleite en poder evocarlos.
Javier está al tanto de que el intento de escribir unas memorias tiene el peligro de que las imprecisiones e inexactitudes, consecuencia de la lejanía en algunos evocaciones y su paso por el tamiz de nuestro particular cerebro, pueden arrastrarle a tener valoraciones subjetivas de los sujetos que han compartido o pasado por su vida que den lugar a malinterpretaciones.
Esto, que en la mayoría de los casos pudiera no ser importante, porque esa persona siguió un camino muy distante, en cambio es primordial si afecta a los que actualmente son nuestros allegados, los que más queremos y más nos importan. Por eso hay que saber tratar las confidencias con delicadeza, no vaya a suceder que nuestra pretensión de ser sinceros se enfrente fatalmente con un punto de posible traición a la confianza que en nosotros depositó alguien. ¿Cómo se conjuga discreción y espontaneidad? Seguramente lo más interesante de una vida, a vista de los otros, es lo más comprometedor bien para uno mismo o para alguien querido.
También está la eterna duda de hasta donde llegar en el relato de episodios que por su esencia lúdica o sexual tengan aún gran capacidad de herir a su actual compañera, éste es un peaje difícil de asumir.
Y ese primordial tema le intranquiliza, pues ese espíritu que le impulsa a escribir no distingue entre lo conveniente y lo interesante. Nada es lo mismo cuando uno se descubres mirándose hacia dentro repetidamente, pues las huellas de pasiones antiguas retornan turbadoras. La vida actual carece de ese algo capaz de sacudir y ejercer como un aliciente que consiga reafirmar y alimentar el mortificado ego.
Así, se van de nuevo aunando los pedazos de uno mismo que fueron disgregándose con el paso de los años, que al escuchar siempre las mismas voces nos modulamos a ellas y acomodamos la vida a conductas cotidianas y repetitivas. El entusiasmo brilla cada vez más tenue y difícilmente se encuentra otra salida que no sea retornar a la memoria marchita.
Siempre hay que tener en cuenta que no podemos engañarnos y que siempre se escribe para ser leído.




Javier, sé lo que crees haber perdido, amigo, sé lo difícil que es romper con lo que siempre fue el eje de tu historia, de tu existencia. Ahora, en ese espacio nuevo que has delimitado y determinado como tierra conocida y estable, entre esa niebla que ensombrece un tesoro que parece no tener el fulgor que nos da cada nuevo descubrimiento, ahí, has conseguido algo que te salva y que se define con sólo una palabra: humanidad.
El tiempo siempre es el triunfador, pero después de extinguirse una emoción hay un ápice de la eternidad que queda en nuestro poder y nadie podrá arrebatarnos su propiedad mientras sigamos latiendo. Cuando perdemos de vista lo bello, el vacío que nos queda es tan grande que la búsqueda para reencontrarlo nunca concluye. En cierto sentido la añoranza nos sirve para recuperar por momentos una pequeña parte de lo perdido y la soledad, esa dama que nos acompaña cada vez con más frecuencia, puede llegar a ser, a veces, muy amigable.
Hemos de defendernos del ataque del reloj, que usa las manecillas como lanzas hirientes de tedio; nuestra mejor defensa es olvidar el tiempo y su cadencia con todas las pasiones y aventuras que podamos acercar a nuestra vida, o al menos ser capaces de inventarlas; por eso tus memorias debieran transformarse en novela para así permitirte de los atrevimientos y fantasear. Sinceramente creo que yerras al no creerte capaz. Escribes cojonudamente bien y eso es lo importante. Un abrazo.

Aquí os dejo una pequeña parte de la carta que recibí de Javier:

“Le cuento que estoy escribiendo mis fragmentos de recuerdos para salvarlos de la desmemoria pero él considera que es una tarea aplazable y sin sentido (si me apuras), es como cerrar el círculo de la vida si se ciñen a contar la verdad ¿a quién le puede interesar mi vida aunque tenga algún capítulo interesante? ¿Se puede escribir lo que verdaderamente te entusiasmó, o te hirió, con impunidad? Tarea imposible, inconveniente incluso: hundirte en el pasado, escarbar para encontrar las calaveras de lo que fue un hermoso rostro, hurgar en las heridas, añorar anterioridades…¿no sería mejor, Javier, escribir una novela donde no tengas que ajustarte a lo vivido y poder inventar , recrear, fantasear, huir de la realidad, no comprometerte y no comprometer?
-No me siento capaz, pero es posible que tengas razón.”


http://memoriasdesfragmentadas.blogspot.com/
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08 marzo 2008











Me pasan cosas

Fue un viaje a uno de esos pueblos que pasaron de ser casi nada a conglomerado de restaurantes, hoteles y chiringuitos en tan sólo una decena de años, algo muy común por estos pagos.
Escogimos un hotel con categoría semi-lujo de una conocida y prestigiosa cadena, lo que se denomina un cuatro estrellas (palabra que inevitablemente me trae siempre al recuerdo mi paso por el glorioso ejército español, tan repletito de estrellas y estrellados).
La época, el comienzo del verano, y la oferta muy buena en cuanto al precio, con la única salvedad algo fastidiosa, sí es que pudiera considerarse así, de que estaba atiborrado por una ingente multitud de jubilados a los que, presupuse, les habían casi regalado la estancia de unos días con el fin de cubrir por completo la capacidad residencial que tenía el establecimiento.
No entraré en demasiados detalles sobre el alojamiento. La habitación, como es habitual en estos casos, tenía lo justo, pero eso sí, era modernita y limpia, funcional que se dice. La cama estaba algo combada, seguro que por aquello de utilizarse mucho en los repetidos intentos de ir saltando sobre ella algún que otro tigre, y claro, tenía resentidos los sufridos muelles. El baño coquetón y no demasiado grande, mejor, no vayamos a encontrarnos agobiados por los espacios amplios al realizar esos menesteres donde tanto es de agradecer sentirse recogidito. Había aire acondicionado, cómo no, pero ni siquiera intenté hacerlo funcionar, ya hace tiempo desistí de los intentos vanos por entender el funcionamiento de esas simpáticas ruedecitas, tan suyas y tan desobedientes en relación a mis deseos y a mi pobre capacidad de raciocinio. Había caja fuerte, sí, pero pensé, con este precio por noche incluyendo media pensión, seguro que hay un pago suplementario por utilizarla, y como estaba ya concienciado de que, en los días de asueto, cuanto menos trato se tenga con el recepcionista más feliz es uno, pues… pasé del tema.

Vayamos al grano, la cena era eso que llaman buffet libre, un triste invento en el que los alimentos parecen adolecer de una melancolía vitamínica y estética inquietante, pero, estábamos de relax, no pasa nada; cogí una bandeja de esas que pretenden simular madera y que en realidad son de un plástico más frio y duro que un asesino a sueldo, y me dije, después de palpar mi chaqueta y comprobar su falta, cielos… no tengo mis gafas, las he dejado olvidadas en la habitación, tampoco pasa nada, tranquilo, si total llevo la gran mayoría de la vida sin ellas, además, así me evito todos esos intentos por reconocer la presencia de pequeños insectos, animalitos de dios, entre las hojas de lechuga de la ensalada.
A partir de aquí, algo sucedió, y es que, como ya titulé, me pasan cosas.


Entre los recipientes metálicos donde reposan los jugosos y apetecibles manjares que cocinan en estos lugares, sin duda, para nuestro deleite, vislumbré la singular presencia de unas patatas fritas de aspecto muy enternecedor, con una sin igual pastosidad y dichosamente bañadas en su lagunita aceitosa. Inmediatamente me convocaron para ir a su encuentro por lo que, sin más preámbulo, así lo hice, no sin antes haber depositado cariñosamente, en el fondo de mi plato y con el fin de arroparlos un poquito, un par de huevos fritos que ya hacía rato estaban pasando frio. Intentaba poner todo mi amor en la combinación de esos dos elementos, patatas y huevos, que como estaréis de acuerdo conmigo es la más sublime y sencilla que existe.
En mi intento por trasladar los tubérculos al lado de sus redondos y futuros compañeros de infortunio, me pasó inadvertido un episodio de esos que llamamos imprevistos, pues como consecuencia, sin duda, de mi visión mermada por la ausencia de los anteojos citados, un par de patatitas tan abrazaditas como apasionados amantes, cayeron al suelo acompañadas de todo ese amor suicida, y yo, sin advertirlo, las asesine, amparándome en la ineludible ley de Murphy, implacable en estos casos.
Fueron irremediablemente aplastadas por uno de mis zapatos, y con una pisada de esas que demuestran mi carácter, bien profunda, he de señalar en este punto importante, que mis zapatos eran, en esta ocasión, de esos que tienen unos nervios de goma muy coquetos y sobre todo útiles al pisar en la arena de la playa, distrae mucho el poder contemplar las propias huellas, es casi filosófico.
Sigamos, la pulpa de las susodichas se me incrustó y amoldó perfectamente en el lecho nervioso y noté la lógica protuberancia al dar el paso siguiente a aquel en que las albergué en mi suela.
Desde ese mismo momento fui perfectamente consciente de que tenía un problema.
Nada como la conciencia de saberse en dificultades para sentirse inútil, aunque algo tenía claro, mis próximos pasos eran cruciales para no ir dejando marcas grasientas y hasta peligrosas, cosa ésta que pude comprobar inmediatamente cuando vi a una señora, de mediana edad, haciendo un escorzo rumbero con el meritorio fin de evitar caerse después del resbalón ocasionado por la traza de mi primera pisada.
Lo primero, me dije, serenidad, esto es como cuando pisas una cagada de perro, lo mismito, y en esos casos, ¿qué haces? ¡coño, el bordillo! claro, hay que buscar una buena arista, miré entonces el zócalo que circundaba la barra, no me vale, es curvado, pues entonces un pilar, ese sí tiene esquinas rectas, aunque todos están en lugares demasiado visibles, si al menos pudiera llegar al servicio de caballeros aunque sea andando apoyando en el tacón, tampoco, está fuera del comedor. De repente, me alcanzo una de esas iluminaciones inexplicables pero bien ciertas, me fijé en el tenedor que tenía en la bandeja, parecía mirarme como diciendo, yo, yo… estoy aquíii, ni lo pensé dos veces, lo agarré como un poseso, giré boca arriba la maldita suela, quedando apoyado en una sola pierna, y pinché (reconozco que con una precisión inusual en mí) la pasta insolente en la que se habían convertido las patatas, luego, una vez despegadas y sueltas, las aparte a un lado de un puntapié certero, de algo me habían servido, al fin, todos estos años jugando al futbito.

Cuando levanté la mirada, razonablemente satisfecho por la hazaña, los puede ver, eran una parejita de jubilados, de esos que parecen haber encontrado la antesala feliz de la eternidad, sonrientes, sus ojos eran puro gozo; ella era mi abuela Carmela después de descubrirme en una travesura, él hizo un gesto con su mano diestra: ese de poner el pulgar hacia arriba victoriosamente…

06 febrero 2008












RUGIDO

Como un hechizo que nos salva, inventamos frases hechas con las palabras de siempre. Se produce el milagro, nos rejuvenece escribir, es más, con tan sólo pensarlo abandonamos la edad en el cuarto de al lado.
El sol parece adormecido, son días grises, hasta el café con leche del desayuno tiene un pardusco tono descorazonador. Nunca soporté bien la soledad a traición, la que ruge como un tigre interior, sin avisar. No tolero bien ni las ausencias ni las despedidas.
En estos días así, escribir es agarrar la soga que ciñe el pescuezo, y trepar, tal vez sin saber hacerlo, no importa, el acto de intentarlo es lo que nos salva.
Este deambular en los claroscuros, en la desesperanza de no entenderme. Y esa maldita rueda que me posee, me gira, me acelera, sin dar tiempo a fijar el paisaje en la retina. Ruedo y es sin sentido, frágil e incapaz de poner un freno a esa incomprensible fuga que me supera. Ruge el tigre pero sin fuerzas para atacar al mundo, pasa el tiempo y la arena del reloj es la base del fango en el que hundirse.
No han podido morir esos estados en que el dolor es sima y cima la alegría, en que dos pueden unirse a los momentos o recibir con avidez cada estrenado instante. No me complace el valle en esta vida, quisiera ser iluso, de nuevo, en el mejor sentido, permitiéndome dejar el contador a cero y construirme distinto, en la aventura, en el desasosiego de la supervivencia.
No es preciso saber lo que se va a escribir, mejor dejar fluir, agua de letras, río recién nacido de expresiones, frenético aguacero que riega en el papel con las palabras, desencadenándolas con impúdico ritmo, buscándoles el paso y hasta el rumbo, en impulso, en libertad, en júbilo, en tristeza...
Descubrí ya hace mucho ser inhábil cerrajero para abrir los secretos, los míos, soy un simple misterio hasta para mí mismo y quisiera poder jugar al póquer con las locuras contenidas que atesoro, romper la innata timidez de lobo satisfecho que impide el descubrirme. Las mujeres tienen un sentido intuitivo y lo saben, es por eso que me mantienen la distancia, como el buen boxeador. Ellas necesitan también alimentarse de secretos, de enigmas revelados y entregados.
Cómo lograr en esta breve vida hacer posible la eternidad, y sin ser…que sea como el palpitar del corazón, cada latido una eternidad entrando en su túnel sin salida, naciendo y muriendo en eterno. Lo grave es el cansancio del espíritu, ese no apetecer ni de los intentos, todo vano, todo absurdo, todo roca, tan vacío, tan sombrío…
Hasta esa íntima conquista de haber logrado estar con uno mismo queda tan sólo como un espejismo de la soledad bella.
La otra soledad, la ajena al deseo, indeseable cresta rancia de la existencia, me invade, me conquista con deslucido ejército.
Qué no nací con el don de la sonrisa amplia, también soy incapaz de la aproximación, el tigre ruge pero hacia adentro, mudez externa, brillo apagado mirado desde afuera.
La mirada de la noche me inquieta no concibo su límite, aunque por el momento, si es noche crece en mí el sosiego, desaparece la melancolía y entro con lentitud en sueño plácido. ¿Será acaso así el último dulzor del moribundo?
Son cada vez más y más la veces que pugna por aflorar la lágrima y sigo entornando los parpados, no descorro la reja totalmente ¿seré joven…?